Ciencia y Filosofía ISSN: 2594-2204
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Una postura distinta se centra en la actitud: enseñar la mirada aguda, cuestionadora,
problematizadora de los fundamentos, que internaliza la interrogación “¿por qué?” y que no
se satisface con las respuestas existentes. Cuando la insatisfacción se vuelve propia, se está
empezando a filosofar (Cerletti, 2004). En ese sentido, los docentes intentan promover un
cierto inconformismo con el pensamiento común problematizando allí donde los alumnos sólo
ven evidencias. Los problemas son presentados por los maestros -tomados de la tradición
filosófica o de la actualidad- o por los estudiantes, a partir de sus experiencias cotidianas.
Algunos autores, siguiendo a Lyotard, afirman que, si no hay un saber delimitado, ni
un canon filosófico, ni nada que se pueda enseñar en eso que llamamos “la filosofía”, por lo
menos hay dudas y búsquedas, de los docentes y los filósofos, hay deseo y movimiento. Lo
único que queda, entonces, es enseñar a desear (Montiel, 2011). La pregunta es si esto es
posible y cómo: ¿Se puede enseñar, modelar, despertar, contagiar el deseo?
No hay duda de que en la filosofía hay un deseo presente “porque en filosofía -apunta
Lyotard - hay philein, amar, estar enamorado, desear”. Y ese deseo no es deseo de algo
completamente ajeno: “Lo otro [el objeto deseado] está presente en quien desea, y lo está en
forma de ausencia. Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo desearía, y no lo
tiene, no lo conoce, puesto que de otro modo tampoco lo desearía” (1989, p.80). Y es el
movimiento del deseo el que hace aparecer el supuesto objeto como algo que ya está ahí sin
estar, y el supuesto sujeto como algo que tiene necesidad del otro para complementarse.
Filosofar, es dejarse llevar por el deseo, pero recogiéndolo, y esta recogida corre pareja con la
palabra.
¿Y cómo se enseña el deseo? Barthes propone el método del “maternaje”, que toma
como modelo la crianza de los niños, uno de los lugares fundamentales para acceder a la cultura
y la sociedad: la madre no enseña el caminar al hijo -no se lo explica-, ni lo modela caminando
delante de él; lo que hace es animar, sostener, demandar y apoyar el caminar del niño: si el
niño camina hacia ella, es porque el deseo de la madre de que el niño camine encuentra un eco
en el deseo del niño de caminar hacia la madre (Gómez, 2003). La labor del docente desde esta
perspectiva parece ser de acompañamiento.
En cambio, para Grau se trata de modelar: “Este enseñar el deseo pasa por la seducción
de que seamos capaces, de que el cuerpo hable y dé señas en su entusiasmo por pensar. Enseñar
el deseo por la filosofía es mostrar al otro nuestro propio deseo...” (2009, p. 102). ¿Deseo de
qué? De ser quienes somos capaces de ser, de convertirnos en los que podemos ser.
Si por un lado tenemos o podemos tener el deseo de entender el mundo, de conocernos
a nosotros mismos, y por otro lado estamos hablando de una actividad ya existente en nosotros
que sólo requiere práctica y rigor, ¿por qué se mantiene la filosofía fuera del alcance de la
mayoría de las personas?