Ciencia y Filosofía ISSN: 2594-2204
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Doi:10.38128/cienciayfilosofa.v10i11.72
artículo académico
¿Se puede filosofar en la ciudad?
Can you philosophize in the city?
É possível filosofar na cidade?
Esther Charabati Nehmad. ID. 0000-0001-8608-7925
Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de
pedagogía, CDMX, México. Email: chara2005@gmail.com
Resumen
La profesionalización de la filosofía y su lugar en la universidad y en la educación media
parece atravesar una crisis en dos sentidos: la más importante consiste en que la sociedad
neoliberal no la considera necesaria ni pertinente en relación con sus fines; la segunda tiene
que ver con la enseñanza de la filosofía, que no ha logrado adaptarse a los nuevos sujetos
educativos ni despertar su interés. En esta ponencia trataremos de abordar la naturaleza de
esta crisis a partir de una revisión de las formas de enseñanza de la filosofía de varios autores:
algunos privilegian los contenidos -la historia de la filosofía, de los sistemas filosóficos y de
los problemas filosóficos que los constituyeron- en tanto transmisión de archivo. Otros
consideran que el objetivo es enseñar a filosofar, desarrollar una capacidad. Otros más se
centran en formar una mirada problematizadora y otros en la enseñanza del deseo. Como un
intento de sacar a la filosofía de las aulas, surgieron, desde hace algunas décadas, iniciativas
para hacer filosofía en diversos espacios de la ciudad que están basadas en la cultura del
cuestionamiento y favorecen el debate. Estas prácticas difieren de la filosofía
institucionalizada principalmente en el público al cual se dirigen, sus finalidades y
metodologías, y por sus supuestos filosóficos. Se presenta el proyecto Filosofía en la ciudad
que ha venido realizando cafés filosóficos desde 2016.
Palabras clave: educación, enseñanza de la filosofía, filosofía en la ciudad, prácticas
filosóficas.
Abstract
The professionalization of philosophy and its place in the university and in secondary
education seems to be going through a crisis in two ways: the most important is that neoliberal
society does not consider it necessary or pertinent in relation to its purposes; the second has
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to do with the teaching of philosophy, which has not been able to adapt to the new educational
subjects or arouse their interest. In this paper we will try to address the nature of this crisis
from a review of the ways of teaching philosophy by various authors: some privilege the
contents -the history of philosophy, of philosophical systems and of the philosophical
problems that constituted- as archival transmission. Others consider that the objective is to
teach to philosophize, to develop a capacity. Still others focus on forming a problematizing
gaze and others on teaching desire. As an attempt to get philosophy out of the classroom,
initiatives to do philosophy in various spaces of the city that are based on the culture of
questioning and favor debate have emerged for some decades. These practices differ from
institutionalized philosophy mainly in the public to which they are directed, their aims and
methodologies, and by their philosophical assumptions. The project Filosofía en la ciudad,
which has been carrying out philosophical cafés since 2016, is presented.
Keywords: education, philosophy teaching, philosophy in the city, philosophical
practices.
Resumo
A profissionalização da filosofia e seu lugar nas universidades e no ensino secundário
parecem estar passando por uma crise em dois sentidos: o mais significativo é que a sociedade
neoliberal não a considera necessária ou relevante para seus objetivos; o segundo diz respeito
ao ensino de filosofia, que não conseguiu se adaptar aos novos alunos nem despertar seu
interesse. Neste artigo, buscaremos abordar a natureza dessa crise revisando as abordagens de
ensino de filosofia utilizadas por diversos autores: alguns priorizam o conteúdo a história
da filosofia, os sistemas filosóficos e os problemas filosóficos que os constituem como
uma transmissão de conhecimento estabelecido. Outros acreditam que o objetivo é ensinar
como filosofar, desenvolver a capacidade de fazê-lo. Outros ainda se concentram em cultivar
uma perspectiva crítica, e outros em ensinar a natureza do desejo. Como uma tentativa de
levar a filosofia para fora da sala de aula, iniciativas para a prática da filosofia em diversos
espaços urbanos surgiram nas últimas décadas, baseadas em uma cultura de questionamento
e fomento ao debate. Essas práticas diferem da filosofia institucionalizada principalmente em
seu público-alvo, objetivos, metodologias e pressupostos filosóficos. Este artigo apresenta o
projeto Filosofia na Cidade, que realiza cafés filosóficos desde 2016.
Palavras-chave: educação, ensino de filosofia, filosofia na cidade, práticas filosóficas.
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Recepción: 26 junio 2023
Aprobación: 28 julio 2023
Publicado: 07 agosto 2023
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1. La filosofía en la frontera
La filosofía, como es sabido, tiene un origen popular: Sócrates no era un orador, no cobraba
por sus clases, y buscaba que cada uno de sus discípulos pensara por mismo. La filosofía
adquirió derecho de ciudadanía y a lo largo de la historia han aparecido filósofos autónomos
como Descartes, otros han sido figuras importantes de la Iglesia, como San Agustín, y otros
más han logrado ser profesores universitarios, como Kant. Si bien existen biografías de todo
tipo, la historia nos muestra cómo la filosofía transitó de las calles a la universidad, que se
presenta como el único hábitat favorable a su desarrollo. En la actualidad vemos un
movimiento importante en el mundo que se ha propuesto -con un éxito considerable- eliminar
la filosofía de la escuela, quizás con la esperanza de que desaparezca por completo. (Vargas,
2013).
Al mutar en disciplina escolar, la filosofía se adaptó al carácter de una institución que
no fue creada para el cuestionamiento, sino para la reproducción. Se le despojó de su carácter
activo, de manera que el filosofar fue a menudo sustituido por la transmisión de contenidos.
Las preguntas en clase suele hacerlas el profesor y son para evaluar si los datos -nombres,
fechas, corrientes, teorías, formas de abordar los problemas- fueron asimilados. Los alumnos
-que a esas alturas de la vida escolar han perdido la curiosidad y la capacidad crítica- no hacen
preguntas (Maulini, 1998).
Si bien los cuestionamientos sobre la posibilidad de ser enseñada han acompañado a
la filosofía y están presentes en autores como Kant, Hegel y Gramsci, los numerosos ensayos
e investigaciones sobre la filosofía escolarizada llaman la atención. ¿Estamos ante una crisis?
Actualmente, la filosofía vive casi exclusivamente en un ‘régimen incestuoso’.
Prisionera de las universidades, la filosofía se reduce en gran medida a un diálogo
entre filósofos. Escribir filosofía es ante todo escribir para otros colegas filósofos o
publicar textos que han sido previamente debatidos durante coloquios, que reúnen
exclusivamente a filósofos. Pero esta situación no siempre fue el caso. (Vinolo,
2023)
Es probable que las políticas neoliberales que pretenden excluirla de la escuela hayan
provocado una revisión de los diversos modelos que han constituido la enseñanza escolar de
la filosofía, una forma de autocrítica orientada a la sobrevivencia. Una tarea difícil, dado que
hasta ahora la asignatura “Filosofía” en el programa escolar suele provocar más apatía que
entusiasmo. Filosofía significa historia de la filosofía, aprendizaje memorístico de las diversas
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corrientes y de los tipos de inferencias… los jóvenes no parecen muy interesados. ¿Significa
esto que nunca reflexionarán sobre los problemas que plantea la vida a los seres humanos,
desde sus pasiones hasta sus costumbres? ¿Habrá que resignarse a vidas que se deslizan sobre
la superficialidad? En su análisis sobre la enseñanza de la filosofía, Jorge Larrosa (2003) cita
una reflexión de Valéry:
Lo que puede reprocharse a la filosofía es que no sirva para nada, aunque hace pensar que
puede servir para todo. De ahí que puedan concebirse dos modos de Reforma Filosófica: uno
sería prevenir que no servirá para nada y consistiría en conducirla hacia el estado de un arte
dándole todas las libertades formales-; el otro sería, por el contrario, presionarla para que sea
utilizable e intentar que lo sea buscando las condiciones.
Las condiciones a las que alude el poeta, ¿habrá que buscarlas en los programas
escolares? ¿en los docentes? ¿en los filósofos? ¿o fuera del espacio educativo formal? Quizá
más que separar a la filosofía popular o “callejera” de la universitaria, habría que aceptar la
existencia de las muchas filosofías. Esta actividad inicia con el pensamiento, cuando uno le
plantea preguntas a la realidad que posiblemente sean elementales, pero que tienen sentido -
incluso urgencia- para quien las formula. Cuando estas preguntas se alejan del sentido común
y se convierten en una actividad crítica, se está haciendo filosofía. (Gramsci, 1975, pp. 14-
42)
Las fronteras entre la filosofía profesional y la popular suelen ser trazadas desde dos
orillas, que se han definido de manera más o menos reciente: por un lado, los claustros de
profesores, quienes seleccionan y distinguen lo valioso de lo que, desde su punto de vista -
enriquecido por su conocimiento de la historia de la filosofía-, no es original, bien sustentado,
bien comunicado. Son textos que se discuten en congresos con colegas y se enseñan en las
aulas. De ahí surgen problemas inéditos y respuestas novedosas. Desde la otra orilla, filósofos
y no filósofos, trazan sus propias guías para determinar qué vale la pena leer, qué es
comprensible, qué textos les aportan algo nuevo, qué resulta pertinente para entender su vida.
Y entre estos incluyen pensamientos no sólo de filósofos, sino también textos de escritores,
psicólogos, sociólogos, elementos diversos que forman parte de la cultura popular y que
ayudan a la reflexión. Autores que, como Gunther Anders, cuestionan el encierro de la
filosofía:
Me parecía que escribir textos sobre moral que sólo pudieran leer y entender los colegas
universitarios carecía de sentido, era grotesco, incluso inmoral. Tan sin sentido como si un
panadero sólo hiciera pan para otros panaderos. (2001, citado en Vinolo, 2023)
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2. ¿La filosofía puede ser enseñada?
El desinterés generalizado por la filosofía ha generado cuestionamientos tanto a nivel del aula
como en la academia. Las preguntas que aluden a si la filosofía se puede enseñar -o qué de
ella- y cómo, ha provocado discusiones en las que se juegan perspectivas diversas.
Mencionaremos algunas:
La discusión sobre los contenidos se basa en una pregunta: ¿Enseñar historia de la
filosofía es enseñar filosofía? Hegel responde afirmativamente y fundamenta su postura
ridiculizando a aquellos que minimizan su importancia:
Según la obsesión moderna, especialmente de la Pedagogía, no se ha de instruir
tanto en el contenido filosófico, cuanto se ha de aprender a filosofar sin contenido;
esto significa más o menos que se debe viajar y siempre viajar sin llegar a conocer
las ciudades, los ríos, los países, los hombres, etc. (citado en Gómez, 2003, p. 12)
En oposición a quienes consideran que dar prioridad a los contenidos convierte a la filosofía
en una práctica memorística, aquellos que se alinean en la defensa de los contenidos declaran
que la materia prima de la práctica filosófica es la historia de la filosofía, de los sistemas
filosóficos y de los problemas filosóficos que los constituyeron. Se trata, pues, de la enseñanza
de la filosofía como transmisión de archivo, una herencia que el profesor, guardián de la
cultura, lega a sus alumnos. El acento está puesto en la enseñanza.
Otra discusión versa sobre la práctica: si filosofar se refiere al uso libre de la razón, ése es el
ejercicio que se requiere. El referente es Kant, quien advertía a sus alumnos:
No se aprende la filosofía, no se puede aprender más que a filosofar […] es decir, a
ejercitar el talento de la razón siguiendo sus principios generales en ciertos ensayos
existentes, pero siempre salvando el derecho de la razón a examinar esos principios en
sus propias fuentes y a refrendarlos o rechazarlos. (Kant, 1988, pp. 650-651).
Para algunos docentes, esta práctica supone desarrollar en los estudiantes habilidades lógico-
argumentativas y comunicativas, para otros, ejercitarlos en la reflexión sobre problemas, ya
sean clásicos o cotidianos. Otros hablan de educar la capacidad de juzgar y otros más de la
construcción colectiva de problemas filosóficos. En todos los casos, parece haber la intención
de desarrollar una competencia o, como diría Rancière (2007, p. 9), de forzar una capacidad
a reconocerse.
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Una postura distinta se centra en la actitud: enseñar la mirada aguda, cuestionadora,
problematizadora de los fundamentos, que internaliza la interrogación “¿por qué?” y que no
se satisface con las respuestas existentes. Cuando la insatisfacción se vuelve propia, se está
empezando a filosofar (Cerletti, 2004). En ese sentido, los docentes intentan promover un
cierto inconformismo con el pensamiento común problematizando allí donde los alumnos sólo
ven evidencias. Los problemas son presentados por los maestros -tomados de la tradición
filosófica o de la actualidad- o por los estudiantes, a partir de sus experiencias cotidianas.
Algunos autores, siguiendo a Lyotard, afirman que, si no hay un saber delimitado, ni
un canon filosófico, ni nada que se pueda enseñar en eso que llamamos “la filosofía”, por lo
menos hay dudas y búsquedas, de los docentes y los filósofos, hay deseo y movimiento. Lo
único que queda, entonces, es enseñar a desear (Montiel, 2011). La pregunta es si esto es
posible y cómo: ¿Se puede enseñar, modelar, despertar, contagiar el deseo?
No hay duda de que en la filosofía hay un deseo presente “porque en filosofía -apunta
Lyotard - hay philein, amar, estar enamorado, desear”. Y ese deseo no es deseo de algo
completamente ajeno: “Lo otro [el objeto deseado] está presente en quien desea, y lo está en
forma de ausencia. Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo desearía, y no lo
tiene, no lo conoce, puesto que de otro modo tampoco lo desearía” (1989, p.80). Y es el
movimiento del deseo el que hace aparecer el supuesto objeto como algo que ya está ahí sin
estar, y el supuesto sujeto como algo que tiene necesidad del otro para complementarse.
Filosofar, es dejarse llevar por el deseo, pero recogiéndolo, y esta recogida corre pareja con la
palabra.
¿Y cómo se enseña el deseo? Barthes propone el método del “maternaje”, que toma
como modelo la crianza de los niños, uno de los lugares fundamentales para acceder a la cultura
y la sociedad: la madre no enseña el caminar al hijo -no se lo explica-, ni lo modela caminando
delante de él; lo que hace es animar, sostener, demandar y apoyar el caminar del niño: si el
niño camina hacia ella, es porque el deseo de la madre de que el niño camine encuentra un eco
en el deseo del niño de caminar hacia la madre (Gómez, 2003). La labor del docente desde esta
perspectiva parece ser de acompañamiento.
En cambio, para Grau se trata de modelar: “Este enseñar el deseo pasa por la seducción
de que seamos capaces, de que el cuerpo hable y señas en su entusiasmo por pensar. Enseñar
el deseo por la filosofía es mostrar al otro nuestro propio deseo...” (2009, p. 102). ¿Deseo de
qué? De ser quienes somos capaces de ser, de convertirnos en los que podemos ser.
Si por un lado tenemos o podemos tener el deseo de entender el mundo, de conocernos
a nosotros mismos, y por otro lado estamos hablando de una actividad ya existente en nosotros
que sólo requiere práctica y rigor, ¿por qué se mantiene la filosofía fuera del alcance de la
mayoría de las personas?
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3. ¿Filosofía de café?
Quizás ha llegado el momento no sólo de preguntarse por las formas de transmisión de la
filosofía sino también por los espacios. ¿Por qué limitarse a las aulas? Han surgido numerosas
alternativas, presenciales y virtuales, para la transmisión de cualquier contenido, ¿habría que
descalificarlas en su totalidad? ¿Sólo podemos aceptar la figura “Docente frente a un grupo
de estudiantes en un espacio cerrado”?
En este contexto de cuestionamientos sobre la enseñanza de la filosofía, surgen
iniciativas para hacer filosofía en diversos espacios de la ciudad que escapan al control de las
autoridades educativas y que se han venido multiplicando, como muestra el libro La Filosofía.
Una escuela de la libertad, publicado por la UNESCO en 2007 -en español en 2011- con
colaboraciones de investigadores, profesores y consejeros filosóficos en varios países. El libro
presenta una mirada panorámica de la situación de la enseñanza de la filosofía en los distintos
niveles escolares y termina con “Otros caminos para descubrir la filosofía: la filosofía en la
polis”, capítulo que incluye la pluralidad de las prácticas filosóficas en la actualidad. Las
razones por las que la gente acude a estas actividades no es necesariamente aprender filosofía
sino, como muestra la autora, puede ser un interés por lo cultural, lo político o lo espiritual,
por atender inquietudes existenciales o la búsqueda de un espacio terapéutico informal, o
incluso por el deseo de relacionarse con otras personas.
Desde la última década del siglo XX, cuando Marc Sautet (1995) popularizó los cafés
filosóficos, la filosofía empezó a intervenir diversos espacios: la calle, la cárcel, el hospital,
el cine, la biblioteca, con personas desempleadas o de la tercera edad, con niños… La
pretensión no es sustituir la filosofía académica, su fin es más modesto, quizás entrenar a las
personas en una actividad que desarrollan cotidianamente: pensar, analizar el mundo,
problematizarlo. No conformarse con el sentido común, con análisis express, o con lo que
otros han pensado, no renunciar a las preguntas más importantes por la falta de espacios para
pensar con otros. ¿Cuál es la novedad de esta propuesta? No centrarse en textos ni en autores,
no ofrecer la verdad, acercar la reflexión a la vida cotidiana, poner la ética por encima de la
moral y propiciar el debate.
Los cafés -como establecimientos- son un espacio propicio para la actividad filosófica,
pues se sitúan a mitad de camino entre lo privado y lo público, y abren un paréntesis en el
ajetreo de la vida cotidiana; son tentadores porque ofrecen un mundo nuevo, distinto al trabajo
y al hogar, en el que se puede socializar con conocidos y desconocidos, conversar y discutir
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con ellos o, por lo menos, tomar una buena taza de café.
Además,
El café se ampara en numerosísimas reflexiones sobre su condición de espacio de
tertulia, en la misma tradición de lugares públicos de debate ciudadano a los que, en
cierto modo, viene a relevar como institución que se sabe como tal sin necesidad de
constituirse formalmente. (Martí Monterde p 197)
Es una especie de plaza pública reservada, bajo techo, con asientos cómodos e interlocutores
dispuestos a iniciar una conversación, un análisis o una polémica. Afuera quedan los
pendientes y las prisas; en el café el tiempo se detiene y se vuelve placentero. Un círculo de
sillas alrededor de unas cuantas mesas, un animador y algunos cafepensadores-espontáneos o
habitués- bastan para convertirlo en un café filosófico,
sin necesidad de que los participantes digan su nombre o profesión: están reunidos para
participar en la conversación, para escuchar y escucharse.
Los cafés filosóficos forman parte de la ciudad educadora: están abiertos al público y
constituyen un hito en la práctica filosófica, pues su propósito es hacer filosofía “de café”, es
decir, filosofar con personas dispuestas a detenerse un rato para pensar, cuestionar y dialogar
sobre temas que les interesan con cierto rigor, apegándose a reglas simples: se pide turno para
hablar, tienen prioridad quienes no han participado, las intervenciones deben ser breves y
respetuosas. En este espacio democrático -pues el establecimiento no “selecciona” a la
clientela-, el animador no se presenta como autoridad, pues no pretende poseer la verdad, ni
siquiera dar respuestas. Su función es animar a los cafepensadores, provocarlos con preguntas
para que deseen expresar sus opiniones con el fin de que cada uno vaya aprendiendo de su
propia elaboración intelectual y de la confrontación de sus ideas con las de los demás.
Algunos van a escuchar, otros a ser escuchados, algunos se preparan e investigan; la
mayoría van a aprender sobre una pregunta que les atrajo, pero hay quienes asisten sin
preguntar por el tema, que frecuentemente se elige entre todos, con anticipación. Es común
que un cafepensador cite a un autor o alguna película, referencias legítimas en el contexto del
café. Aquellos que iban a escuchar una clase salen frustrados, pero a menudo regresan.
Algunos tienen que aprender a controlar sus ímpetus y cooperar para mantener el ambiente
cordial, mismo que constituye la condición de posibilidad del café.
Si bien el animador no puede garantizar el éxito de un café, tiene que crear un clima
favorable al intercambio y al descubrimiento. Si se muestra humilde en cuanto a sus opiniones
y conocimientos, probablemente contagiará esa forma de hablar sin pretensiones y, además,
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animará a aquellos que se sienten inhibidos porque no están seguros de lo que van a decir. Si
tiene sentido del humor, el ambiente será más relajado y la gente se relacionará con más
facilidad. Si sus preguntas son buenas -en el doble sentido de “dar en el blanco” de los
intereses de los cafepensadores y de generar reflexiones poco comunes- mantendrá el interés
de los participantes.
En todos los casos se enfrentará a expectativas diversas: algunos prefieren que el
debate se mantenga fiel al tema acordado, mientras que a otros les gusta que los guíen las
participaciones. Algunos lamentarán que se profundice en un tema y otros, que se navegue en
la superficie. Más de uno preferiría una exposición del animador y muchos más tener el
micrófono con más frecuencia. A veces se utiliza un lenguaje riguroso, en otros casos es más
vago. Hacia el final de la sesión, algunos agradecen las conclusiones o la síntesis, otros
prefieren llevarse las preguntas abiertas. Hay académicos que consideran que en un café solo
se vierten opiniones, afirmaciones no fundamentadas. En este sentido, coincidimos con
Rancière cuando afirma:
Les concedemos que una opinión no es una verdad. Pero es eso lo que nos
interesa: quién no conoce la verdad la busca, y hay muchos encuentros que se pueden
hacer en este viaje. El único error sería tomar nuestras opiniones por verdades. (2007,
p. 28)
Los retos son muchos: convocar, motivar a los asistentes a elegir los temas y a dialogar,
establecer un clima de respeto y cordialidad que estimule la participación, provocar y sostener
un debate de calidad, dar coherencia al entramado que se va formando, promover una actitud
de escucha, entender lo que cada uno ―con su estilo propio― quiere comunicar, acompañarlo
para que profundice en sus ideas y mantener el humor. Más que tratar de enseñar algo, la idea
es ayudar a los cafepensadores a descubrir cómo es el mundo cuando lo problematizamos.
Una de las bellezas del café filosófico es que no hay más objetivo que pasar un buen
rato, acercarse a un problema, beneficiarse del “préstamo de cerebros”. Esto no significa que
el animador pueda darse el lujo de no preparar los temas, formular las preguntas de antemano,
conocer perspectivas de distintos autores, quizá buscar materiales.
Los dos principios bajo los cuales se anima un café filosófico son la hospitalidad y la
democracia, entendida como la posibilidad de que cada uno se exprese libremente y de que
todos tengan el mismo acceso a la palabra. No existe un desarrollo “modelo” de un café -al
menos no como lo concebimos en el proyecto de Filosofía en la ciudad-, cada uno tiene su
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propia dinámica que depende de la conformación del grupo -edades, género, profesiones,
personalidad…-, del interés que tengan en el tema o logre despertar el animador, de si alguna
afirmación los hizo sentirse vulnerables, del cansancio, de las llamadas telefónicas que
distraigan, de si el animador se siente intimidado por la conducta de un cafepensador, del
cansancio… Los factores que inciden en la dinámica de un café son innumerables. Sin
embargo, el café filosófico parece otorgar a los asistentes un permiso para pensar, y esto los
orienta hacia un filosofar desligado de los grandes autores de la historia de la filosofía. Se
parte de que cada uno puede pensar de manera autónoma y por mismo. (Galzine, pp. 45-
72) En suma el café es:
Un lugar divertido y acogedor, un lugar donde puede desarrollarse el pensamiento
crítico y constructivo en un espíritu de expresión justa, un lugar donde los ciudadanos
pueden adquirir sabiduría; en resumen, un lugar de suave resistencia a la regresión
oscurantista y a toda la violencia de nuestro tiempo. Un lugar divertido y acogedor, un
lugar donde puede desarrollarse el pensamiento crítico y constructivo en un espíritu
de expresión justa, un lugar donde los ciudadanos pueden adquirir sabiduría; en
resumen, un lugar de suave resistencia a la regresión oscurantista y a toda la violencia
de nuestro tiempo. (Nonnenmacher, 2007).
4. El proyecto “Filosofía en la ciudad”
Iniciamos este proyecto en 2016 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional Autónoma de México con un seminario dirigido en un principio a estudiantes de
Filosofía y Pedagogía. Recorrimos diversas avenidas: empezamos por analizar libros de
autoayuda para identificar lo que distingue nuestra actividad de los materiales enfocados a la
superación personal y al mercado. Leímos textos de filósofos contemporáneos escritos en un
lenguaje “para todo público”. Asimismo, revisamos las propuestas para hacer filosofía fuera
de las aulas. Lo más importante, sin duda, fue la práctica, que se convirtió en el centro del
seminario: realizamos constantemente cafés filosóficos entre nosotros, en los que el animador
en turno recibía la crítica respetuosa del resto del equipo. Retomaríamos esta práctica de
retroalimentación durante la pandemia, como un ejercicio posterior a los cafés virtuales. Esto
significó, por supuesto, para cada uno de nosotros, trabajar con la tolerancia a la frustración.
Al año de la constitución del seminario, organizamos un encuentro (Sophía la callejera)6
en el que animamos diez cafés con temáticas diversas, además de algunas charlas y talleres.
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A pesar de estar en un espacio académico, la poca formalidad de los cafés, la horizontalidad
de los mismos y la dinámica permitieron, por un lado, legitimar nuestro proyecto y, por el
otro, reflexionar sobre nuestra experiencia con personas ajenas al grupo.
¿Qué hacemos en los cafés filosóficos? ¿Cómo motivamos la participación de los
asistentes? ¿Cómo logramos que nadie se apropie de la palabra? Y nosotros mismos, ¿cómo
aprender a escuchar a los demás? ¿Qué tipo de preguntas provocan la discusión? ¿Cómo
relacionar las ideas filosóficas con la vida cotidiana? ¿Cómo renunciar al poder que suponen
la mayoría de las iniciativas educativas? ¿Cómo logramos mantener abierta la reflexión de
manera que ninguna conclusión se imponga?
La respuesta a estas preguntas se fue construyendo a lo largo del seminario y de las
oportunidades ocasionales que se presentaban para hacer cafés filosóficos en el espacio
público: librerías, bibliotecas, plazas, instituciones del gobierno y, por supuesto, cafés. Quizá
uno de los mayores retos fue conseguir los espacios, pero poco a poco, amparados en la magia
de la palabra “filosofía”, los fuimos obteniendo. Empezamos a trabajar una modalidad de
reflexión filosófica en la que se involucran varios de los miembros del equipo: la filosofía con
niños.
Lentamente se fueron abriendo espacios para trabajar: con la inquietud de llevar la
filosofía a barrios marginados, hicimos, en 2018, un acuerdo con el programa PILARES
(Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes)8 por el que integrantes del
equipo entraron a trabajar ahí para hacer cafés filosóficos. Asimismo, dimos un diplomado
para sus maestros de filosofía. Simultáneamente iniciamos en la Facultad un taller -el Filolab-
para los estudiantes interesados, ya sea que quisieran integrarse al equipo o trabajar por su
cuenta.
Un día, nos sorprendió la pandemia. Después de la impresión inicial, y a pesar de la
incertidumbre que trajo consigo, decidimos continuar nuestra tarea a través de la plataforma
Zoom. A lo largo de tres años, realizamos cafés filosóficos tres veces por semana, además de
los maratones de cafés filosóficos que duraban alrededor de 8 a 10 horas. Cualquier pretexto
era bueno: el día del amor y la amistad, el día del orgullo gay, el día mundial de la filosofía
(Black Mirror, 2022). No diremos que la pandemia trajo consigo beneficios, pero durante el
tiempo en que tuvieron lugar los cafés por zoom y la retroalimentación posterior, los
integrantes del equipo pudimos ejercitarnos, revisar nuestras debilidades y observar a los
compañeros para aprender nuevas estrategias. Asimismo, organizamos en forma virtual el
primer coloquio internacional Pensar fuera de las aulas: Filosofía En La Ciudad” con
investigadores de distintos países.
En 2018 nos convertimos en un proyecto de investigación de la Facultad de Filosofía
y Letras, lo cual nos abrlas puertas a varias instituciones. Una de ellas es la Biblioteca
Vasconcelos, la más grande de la ciudad, donde actualmente se dan cafés filosóficos
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semanales. Además, tenemos otros espacios, como dos Centros de Atención y Desarrollo al
Adulto Mayor, bibliotecas infantiles y algunas cafeterías. Realizamos cafés filosóficos de
manera semanal en 16 espacios fijos, y en congresos y ferias de libros. El año pasado el equipo
de Filosofía en la ciudad realizó más de 700 cafés filosóficos y talleres de filosofía con niños.
Varios de los integrantes del equipo están haciendo sus tesis de licenciatura dentro del
proyecto con temas diversos: un manual para animadores de cafés filosóficos, una tesis de
psicología sobre el diálogo socrático, una memoria informe, una evaluación sobre la
incidencia de los cafés filosóficos en los cafepensadores, y otras sobre filosofía con niños.
Otros han publicado artículos académicos relacionados con el proyecto y han presentado
ponencias en congresos internacionales.
Tenemos dos publicaciones: el libro “Pensar fuera de la escuela: filosofía en la
ciudad” derivado del coloquio, y el manual “Animación de cafés filosóficos”.
A modo de conclusión
Esta es, a grandes rasgos, la historia del proyecto. El equipo se reúne semanalmente para
presentar propuestas, dar seguimiento a los proyectos particulares, exponer dudas y
reflexionar sobre ellas. Quizá una de las cosas más interesantes sean los logros difíciles de
medir, por ejemplo, la cohesión del grupo y el ambiente amistoso y solidario que lo ha
caracterizado: por un lado, un gran respeto a las personas y a sus posturas, por el otro una
gran cooperación entre los integrantes ya sea para preparar cafés o para apoyarse en la
realización de sus tesis. Creo que este es uno de los mayores logros y una de las razones por
la cual constantemente se integran nuevos miembros al equipo.
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