Ciencia y Filosofía ISSN: 2594-2204
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DOI: 10.38128/cienciayfilosofa.v10i11.70
Artículo académico
Dilemas en el café filosófico:
entre la apertura y la conclusión del método
Dilemmas in the philosophical coffee :
between the opening and the conclusion of the method
Dilemas no Café Filosófico:
Entre a Abertura e a Conclusão do Método
Jesús Elí García Martínez. ID. 0009-0004-9088-0220
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Facultad de Humanidades, CDMX, México.
Email: jesusegm97@gmail.com
Resumen
El café filosófico es una práctica filosófica definida por un modo particular de proceder, un
encuentro de dos o más personas que buscan indagar en alguna idea, concepto o pregunta en
particular. Siguiendo el ejemplo del diálogo socrático, tiene lugar, sobre todo, en un espacio
público, contrapuesto a la idea del espacio privado, particular y exclusivo de otros lugares donde
se hace filosofía. Lo que aquí se plantea es disertar sobre los problemas que conlleva la actividad
realizada en los cafés filosóficos, la diversidad de maneras de proceder, la complejidad y riqueza
de dichas prácticas filosóficas, esto ha llevado a plantear la pregunta acerca de cómo se diseña
los cafés (y prácticas) filosóficos. La propuesta de esta investigación consiste en explorar la
definición misma de la práctica a través de tres nudos dilemáticos: los objetivos del café
filosófico, el estatuto del método de la propia práctica y la situación del animador del café
filosófico. Se concluye que es a través de las tensiones entre las posturas y tensiones de los
participantes las que generan la riqueza que ofrece el espacio del café filosófico, se muestran la
tensión entre apertura y cierre del método, lo que enriquece el diálogo y evita el dogmatismo.
Además, evidencian que los objetivos no siempre son definidos, pues la pregunta funciona más
como detonante que como búsqueda de respuestas finales. El papel del animador se convierte
en un dilema: estar fuera como moderador o dentro como participante activo, lo que transforma
la dinámica.
Palabras Clave: dilema, método, prácticas filosóficas, filosofar, Café filosófico.
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Abstract
The philosophical café is a philosophical practice defined by a particular way of proceeding, a
meeting of two or more people who seek to explore a specific idea, concept, or question.
Following the example of Socratic dialogue, it takes place primarily in a public space, in
contrast to the private, particular, and exclusive space of other places where philosophy is
practiced. This paper aims to discuss the problems inherent in the activities carried out in
philosophical cafés, the diversity of approaches, and the complexity and richness of these
philosophical practices. This has led to the question of how philosophical cafés (and practices)
are designed. This research proposes to explore the very definition of the practice through three
key dilemmas: the objectives of the philosophical café, the status of the method of the practice
itself, and the role of the facilitator of the philosophical café. It is concluded that the richness
of the philosophical café space arises from the tensions between the participants' positions and
perspectives. The tension between openness and closure inherent in the method is evident,
enriching the dialogue and preventing dogmatism. Furthermore, it is shown that objectives are
not always clearly defined, as the question functions more as a catalyst than as a search for
definitive answers. The facilitator's role becomes a dilemma: whether to remain outside as a
moderator or inside as an active participant, which transforms the dynamics.
Keywords: dilemma, method, philosophical practices, philosophizing, philosophical café.
Resumo
O café filosófico é uma prática filosófica definida por uma forma particular de proceder: um
encontro de duas ou mais pessoas que buscam explorar uma ideia, conceito ou questão
específica. Seguindo o exemplo do diálogo socrático, ele ocorre principalmente em um espaço
público, em contraste com o espaço privado, particular e exclusivo de outros locais onde a
filosofia é praticada. Este artigo visa discutir os problemas inerentes às atividades realizadas
em cafés filosóficos, a diversidade de abordagens e a complexidade e riqueza dessas práticas
filosóficas. Isso levou à questão de como os cafés filosóficos (e as práticas) são concebidos.
Esta pesquisa propõe explorar a própria definição da prática por meio de três dilemas principais:
os objetivos do café filosófico, o status do método da prática em si e o papel do facilitador do
café filosófico. Conclui-se que a riqueza do espaço do café filosófico surge das tensões entre as
posições e perspectivas dos participantes. A tensão entre abertura e fechamento inerente ao
método é evidente, enriquecendo o diálogo e prevenindo o dogmatismo. Além disso,
demonstra-se que os objetivos nem sempre são claramente definidos, uma vez que a questão
funciona mais como um catalisador do que como uma busca por respostas definitivas. O papel
do facilitador torna-se um dilema: permanecer de fora como moderador ou de dentro como
participante ativo, o que transforma a dinâmica.
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Palavras-chave: dilema, método, práticas filosóficas, filosofar, café filosófico.
Recepción: 06 julio 2023
Aprobación: 31 julio 2023
Publicación: 07 agosto 2023
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Introducción
La investigación se dividió en cuatro momentos. En el primero se aportan elementos teóricos
para enriquecer la definición de café filosófico desde un horizonte de la práctica filosófica; en
un segundo momento se desarrolla la paradoja acerca de los objetivos didácticos de los cafés
filosóficos; en un tercer momento se discute si la metodología de los cafés filosóficos debe ser
cerrada o abierta en lo referente a las intervenciones y en el cuarto momento se plantea las
libertades, restricciones y creatividad del animador de los cafés filosóficos. Se concluye que es
a través de las tensiones entre las posturas y tensiones de los participantes las que generan la
riqueza que puede ofrecer el espacio del café filosófico.
Sobre la situación de la filosofía en nuestro contexto mexicano
No podemos continuar la discusión sin tomar en cuenta nuestro propio horizonte de
comprensión en el cual nos encontramos parados y desde el cual nos fue heredada una tradición.
La filosofía bebe y reconoce las diversas tradiciones que la componen, muchas de las cuales
tienen cuna en el Viejo Mundo, desde la filosofía antigua hasta las tradiciones académicas
heredadas a México a través del colonialismo europeo, tales como la escolástica en la Nueva
España, el liberalismo del momento de independencia y el positivismo del periodo porfirista
(Pereda, 2009, p.89).
En México la filosofía se ha encaminado a preguntarse por su origen y naturaleza, reconociendo
la condición mestiza de ser herederos de las tradiciones filosóficas europeas, a través de la
influencia española, y la devastación, olvido y resistencia de las formas de pensamientos
originarios del continente, sincretizados en una forma única de mentalidad llamada
pensamiento latinoamericano, el cual utiliza las categorías filosóficas, extrañas y de tierras
lejanas, para indagar la realidad propia de América (Zea, 1978, p. 16).
Es en este intento de encontrar las características del propio pensar latinoamericano que en
México se derivó, a partir de la reconstrucción de la nación posterior a la revolución mexicana,
en ver en la filosofía una oportunidad de formación de las juventudes y las élites intelectuales,
apuntando hacia las proyecciones políticas de construir una unidad del sentido de la nación. Es
de esta manera que el proyecto educativo de la nación vio en la Universidad Nacional
Autónoma de México la punta de lanza que creará un nicho fecundo para el libre pensamiento,
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logrado a través de reformas educativas y la profesionalización de la filosofía misma.
La situación de la filosofía en México es cambiante con el acontecer de la historia: alimentada
por un flujo de refugiados intelectuales provenientes de la derrota de la república Española y la
imposición de la dictadura franquista en la década de los 30’s, pronto florecieron posturas
filosóficas propiamente “nacionales-locales”, tales como el mexicanismo-latinoamericanismo
del grupo Hiperión, formado por alumnos y maestros de la Universidad Nacional Autónoma de
México, siendo Leopoldo Zea Emilio Uranga, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez MacGregor,
Jorge Portilla, Luis Villoro, Fausto Vega sus principales integrantes y exponentes,
influenciando a pensadores por toda América Latina. Otras tradiciones, como el marxismo y la
filosofía analítica, también tuvieron cabida en el campo intelectual mexicano (Pereda, 2009,
pp. 91-97).
¿Cuál es el clima actual de la filosofía en México? Difícil elaborar una pregunta concisa. A
partir de la intromisión de los modelos neoliberales y las políticas usurpadoras de los gobiernos
priistas a partir de la segunda mitad del siglo XX afectaron también el estatuto de la filosofía
en la nación. Desde cambios en los planes de estudio hasta el intento de la desaparición de
materias de filosofía en escuelas de nivel medio superior (Bachilleratos y preparatorias) y en
nivel superior (como el intento de desaparición de la licenciatura en filosofía en la Universidad
Autónoma de México por parte del rector Francisco Barnés de Castro), la filosofía ha subido
reveses que la colocan supeditada a los intereses particulares de quienes gestionan la nación,
desde instrumentalizar para justificar estados de facto y decisiones totalitarias que desgarraron
al país, como relegarla al olvido y a ver en ella un “sin-sentido” teorético, perdida para siempre
en sus discusiones bizantinas y alejada de toda posibilidad real de transformación y crítica
(Vargas, 2010, pp. 396-401). Es desde este clima de pesimismo donde encontramos en la
filosofía aplicada la oportunidad de cuestionar el estatuto mismo de la filosofía como se ha
entendido en nuestro país, una filosofía inerte y estéril en la dimensión de lo real, hacia una
filosofía viva y crítica de la existencia misma de quien se interroga, empezando por proponer
nuevas formas de hacer filosofía.
1. ¿Qué es un café filosófico?
Las formas de hacer un café filosófico son amplias y diversas como las personas que los
animan y quienes asisten a ellos. Sin embargo, todas responden bajo el mismo nombre y
tienen características que comparten para agruparse como prácticas (casi) idénticas. Nacieron
como concepto popular en 1992 en la Ciudad de París, Francia, a través de la figura del profesor
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Marc Sautet y desde entonces (aunque no exclusivamente bajo esa primera forma de hacer cafés
filosóficos) se popularizaron más allá de su origen. Para Pascal Hardy, un café filosófico es un
debate organizado en un lugar público, destacando la cafetería (para el contexto francés) el
espacio por excelencia. Su objetivo es establecer un intercambio filosófico en el transcurso del
cual cada uno pueda hacer uso de la palabra. Introduce además otra noción: “trata entonces de
inducir «momentos filosóficos», es decir, de pasar de la opinión al pensamiento, de esclarecer
conceptos en común, de decodificar cuestiones de sentido, bajo la forma de una investigación
colectiva en torno a un asunto” (Hardy, 2011). Para Hardy, hay una tarea muy clara que
perseguir en este espacio: Se tratará de definir, distinguir, clarificar los conceptos necesarios
para la reflexión, analizar sus relaciones, dilucidar las claves de la cuestión propuesta. Son estos
objetivos hacia donde estará dirigido el café filosófico y una de las tareas principales del
moderador/animador. Por otro lado, para Esther Charabati, el café filosófico es heredero de una
larga tradición de la conversación y el diálogo, un espacio abierto a todo público/asistente para
encontrarse y reflexionar desde el terreno común, la opinión y las experiencias para descubrir
la complejidad de las cuestiones que se plantean ahí, más que la búsqueda por la verdad
(Charabati, 2020, pp.73-76)
Dos ideas sobre la misma actividad con dos sentidos que se tensan entre ellos: apertura y
oclusión de la práctica, rigidez y flexibilidad contrapuestas como alternativas viables para cada
posible café.
Así pues, desde las diversas definiciones encontramos que los cafés filosóficos tienen diversos
puntos de encuentro y digresión: el objetivo de la práctica filosófica, el rol o tareas del
animador/facilitador (y la discusión propia de los alcances de este), las reglas operativas para
alcanzar dicho objetivo y la estructura didáctica de las sesiones. No creemos que haya un único
método o camino para realizar un café filosófico, también disgregamos de establecer objetivos
únicos a los cafés filosóficos (que más que establecerlos sería indagar sobre su posibilidad de
ser cumplido fácticamente y lo que implicaría para el grupo hacerlo); más que esto queremos
problematizar sobre los dilemas presentes de la misma práctica para aperturar la discusión
misma del cómo estamos haciendo filosofía y desde donde encontramos el sustento a nuestra
praxis, ubicarnos dentro de nuestras prácticas para reflexionarlas.
2. Definido o indefinido: la paradoja del objetivo
Ante la cuestión, ¿qué hacemos aquí?, la primera pregunta que nos planteamos será para qué
hacemos lo que hacemos. Los objetivos, o quizá las causas finales de la práctica definen a esta.
En opiniones de los autores los cafés filosóficos pueden perseguir diferentes objetivos, pero
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resalta aquel que hace responde claramente el para que: el objetivo o finalidad filosófica,
aquella cualidad que hace de alguna práctica o cuestión recibir el adjetivo de filosófico,
entendiendo a ésta como la genuina búsqueda de la verdad, del desvelamiento de las cosas (o
conceptos) a su verdad más evidente.
La pretensión de la verdad como punto de nacimiento de cualquier cuestión que se involucre
en el carácter de los filosófico es redundante, más no agota la cuestión, pues uno no se indaga
simplemente sobre “la verdad” en amplio sentido, sino que tematiza e investiga en
particularidades propias que convoquen e interesen al indagador de la verdad. Es por ello que
este punto versa más que los diversos objetivos de la práctica misma, sobre una de las
particularidades de esta: proponer una vía de indagación y reflexión mediante la propuesta de
una pregunta problematizadora.
Indicar el final es una manera de hacernos camino durante la interrogación y refutación de
argumentos durante el café filosófico, saber hacia dónde va la conversación, o mínimo algún
aspecto de sus derroteros son indispensables. Por esta razón se propone, ya sea desde la decisión
del animador o por consenso democrático entre los cafés pensadores, temas de interés
manifestados en la forma de una pregunta.
¿Para qué preguntar? ¿Preguntamos para responder dicha pregunta, o es más un parteaguas,
incluso una excusa para filosofar? ¿Hay alguna exigencia que cumplir cuando se pregunta en
la filosofía? ¿Podemos preguntar sin buscar respuestas? El preguntar tiene sus formas, y es la
forma filosófica de la indagación lo que Ángel Garrido-Maturano propone como preguntar
genuino, donde la respuesta está en consonancia con la pregunta y a su servicio, abierto al
fenómeno investigado y la comprensión de este a través de comprender el horizonte desde el
que estamos parados para realizar dicha investigación (2006, pp. 7-9). Preguntar genuinamente
es indagar y aperturarse a la complejidad de una respuesta que pueda satisfacer (aunque sea
momentáneamente) la necesidad de saber. Quizá preguntarnos en un primer lugar es comenzar
a iluminar desde nuestra ignorancia: no sé qué es eso, por eso pregunto. Preguntar lleva a más
preguntas, y quizá es necesario perderse en la laberíntica conversación para encontrar MIS
propias razones de mi indagación, ¿para qué me pregunto esto? ¿Qué relación tiene esto con mi
vida? ¿Hay algún eco de mi experiencia que me lleva a valorar esta cuestión como más digna
o merecedora de ser indagada?
Incluso responder las preguntas planteadas, persiguiendo con mayor definición los objetivos
del café, no se reduce a verdades subordinadas a campos específicos de formas de preguntar,
sino que sobrepasa a la misma pregunta, excede a las intenciones de la formulación y abre un
fértil campo sobre el que crece un diálogo. Responder una pregunta será siempre respuesta
abierta, respuesta que se olvida, se desactualiza o pierde sentido, consecuencia de la existencia,
y ante la cual solo nos queda volver a preguntarnos.
No creemos reducir al absurdo cualquiera de los polos, ya sea la definición de los objetivos del
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café filosófico hacia la búsqueda específica de una verdad matizada por las preguntas abordadas
o la indefinición; y apertura que hay en lanzar preguntas y esperar el eco de lo que provocan,
independientemente de la intención del interrogador; sin embargo, encontramos que ambos
extremos tienen sus propias razones para decir por qué se debería hacer de tal manera.
Regresamos entonces al primer sentido de la finalidad filosófica del café: la búsqueda de la
verdad, más esta no se muestra de forma unitaria y total, nos llegan solo partes de ella y cada
pregunta apunta hacia una zona que falta por iluminar o necesita nuevamente ser revisada.
¿Definimos que de la Verdad queremos conocer o dejamos la vía libre hacia cualquier parte de
ella?
3. Abierto o cerrado, la tensión del método
La escena continúa: ya comenzamos nuestro ejercicio filosófico y determinamos los derroteros
de la sesión. Ahora, ¿cómo proceder?
El método es, por la definición etimológica más sencilla, el camino a seguir para alcanzar algún
objetivo. Tenemos pues, que optar por una manera de hacerlo, y esta debe responder de la mejor
forma a nuestro objetivo, la develación de la verdad. Qué camino tomar es y será el dilema que
acompaña el inicio de una investigación. Elegir el adecuado tendrá que ver como dicho método
proporciona las claves para profundizar y aprehender de una mejor manera el fenómeno
abordado. Para la mayoría de los cafés filosóficos, la mayéutica o diálogo socrático es el método
por excelencia para los cafés filosóficos. Hay una enorme discusión sobre el propio término,
pero en nuestras palabras la mayéutica (que significa “hacer parir”, en este caso, hacer parir
ideas) es el método socrático de interrogación que culmina en el descubrimiento de la propia
ignorancia y en el nacimiento de las ideas en quien se interrogó, a partir del uso de su razón.
Sin embargo, la forma de aplicar este método en el café filosófico variará, pues el animador o
quien se encargue de interrogar a las opiniones emitidas y quien las plantee tendrá que
preguntarse qué caminos abre dicha indagación.
Como parte del propio método mayéutico, primero es necesario encontrarnos en una
disposición adecuada para indagar por la verdad. Este primer momento, iniciado a través de la
ironía socrática, corresponde a reconocer la propia ignorancia. La experiencia de dicho
descubrimiento es caracterizada por la vergüenza, y es esta la que dispone la apertura a nuevas
ideas y perspectivas, propicias para la investigación filosófica que involucra la segunda parte
del método: la exhortación y la refutación de ideas (Mondolfo, 1996, pp. 40-47).
Escuchar la palabra vergüenza en estos contextos modernos ha levantado numerosos diálogos
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sobre las dimensiones emocionales del café filosófico. Sin embargo, eso es tema de otros
compañeros. Lo que nos interesa destacar de esta breve digresión sobre el método mayéutico
son los requerimientos para hacerlo. No habla necesariamente de conocimientos y saberes
previos, a nuestro parecer, sino de una disposición en la actitud de quien es interrogado,
caracterizada en la filosofía antigua caracterizada por la vergüenza.
He aquí la cuestión: ¿Todo aquel que participa del diálogo se encuentra en la disposición
adecuada para indagar por la verdad?
Evidentemente la respuesta es no. No solo de nuestra experiencia, pues también son notorios
los personajes detractores y contestatarios de Sócrates que aparecen por todos los diálogos
platónicos. Sin embargo, hay una diferencia en nuestra práctica: Todo aquel que acude a un
café filosófico (o que diserta con Sócrates, queremos creer) lo hace por propia voluntad. En el
acto volitivo de los asistentes del café encontramos la posibilidad de la apertura a la indagación
mediante la interrogación y clima adecuado de la sesión.
Más, ¿cómo hacerlo? No se puede comprobar, participante por participante, su disposición
hacia la indagación. La experiencia emocional de la vergüenza, experiencia cargada de aspectos
más negativos desde la visión moderna, puede ser muy agresiva para algunos de nosotros,
además de que compartimos la creencia de que no es la única a de acceso a dicha disposición.
Tampoco se puede enfocar el café filosófico en aquel que conteste o razone de la “manera más
adecuada” a los objetivos establecidos por el animador y su comunidad de indagación
(cualesquiera y como quiera que sean estos). Ser amables o directos, provocar mediante la
refutación y la problematización de las opiniones emitidas o relajar a través de observaciones
‘jocosas’ de dicha idea, mostrar una perspectiva a través de algún ejemplo extraído de historia
de la filosofía o utilizar ejemplos más cotidianos y del saber común; son estas algunas de las
discrepancias que vemos en la práctica de los cafés filosóficos propios y de otros. Además,
encontrarse con el otro desde un encuentro auténtico exige respeto, el respeto de permitir que
ese otro sea tal como es en el encuentro conmigo. Es decir, no podemos aplicar tabula rasa y
exigir lo mismo a cada participante, estar-con-el-otro es reconocer las diferencias y
particularidades de quien participa conmigo, apreciando en sus opiniones y juicios emitidos una
forma particular y única de ver el mundo que todos compartimos, reconociendo que, aunque
pueda no ser del agrado de muchos, que hay verdad (aunque sea en cierto grado) en aquello que
nos expresa.
La naturaleza abierta y diversa del propio café filosófico nos coloca así frente al dilema del
método del mismo: seguir de manera cerrada lo propuesto como “adecuado” para la indagación
filosófica, manteniendo también la rigurosidad que demanda, o abrirnos a explorar las
posibilidades para llegar al mismo lugar, que es llevar a cabo el ejercicio de indagación y
reflexión grupal que conlleva a la experiencia misma del filosofar: el asombro.
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4. Dentro o fuera, sobre la situación del animador
Por último, quisiéramos abrir la discusión sobre el papel de quien anima el café filosófico. A
quien se dedica a estas prácticas es evidente que demanda implicación con la práctica y con la
filosofía. No demanda grado académico o nivel mínimo de estudios en materias filosóficas, sino
que va más allá de un requerimiento formativo. Exige a quienes hacemos prácticas filosóficas
a abrazar aspectos más personales de la filosofía misma, tales como adoptar, en mayor o menor
grado, una forma de vida inclinada hacia dar razón de lo que nos acontece, a revisar crítica y
constantemente nuestras opiniones y juicios, a tener la sinceridad (y quizá humildad) suficiente
para reconocer nuestra propia ignorancia y nuestros errores; así como la comprensión
suficiente, no solo de los argumentos y opiniones que podamos escuchar durante el café
filosófico, de los diversos individuos que participan de la sesión.
Aunado a esto, el animador, como lo indica su nombre, será el encargado de suscitar los ánimos
de los participantes para que el café prosiga hacia su meta. Se encargará de proponer las
preguntas más adecuadas para ampliar el tema, o dará algún ejemplo para problematizar alguna
idea. Indicará los turnos de habla y gestionará los tiempos de las participaciones. Exhortará a
los participantes a respetar las reglas básicas de convivencia y dará cierre a la sesión cuando
sea el momento.
Esto es casi un acuerdo universal entre los diversos practicantes de la filosofía sobre las
funciones de quien organiza o convoca el café filosófico. Sin embargo, regresamos a nuestro
leitmotiv: ¿cómo hacemos esto? Ser animador del café filosófico pareciera llevar implícita la
idea de una exterioridad a la práctica misma: El animador del café se encarga de la sesión, el
resto de disfrutarla. Pareciera a ratos que la situación del animador en su café es el estar afuera
de la práctica, indicando las preguntas adecuadas para hacer pensar y administrando a los otros
para que la conversación continúe. Contrariamente, nuestra experiencia muestra que así no es
como se hace: Vemos que es posible llevar una práctica desde esta “exterioridad”, más es
mayormente recurrente ver que los animadores terminan tan animados como los asistentes,
vemos como el apasionarse por saber nos contagia a todos en la sesión, y es frecuente voltear a
ver que los cafés más enriquecedores (mínimo desde la experiencia personal del animador)
fueron aquellos donde las estructuras del café mismo se fueron diluyendo para dar paso a una
conversación fluida y apasionante, cargada de entusiasmo por hablar y de respeto por escuchar
a quien posee la palabra, sentir la reacción ante las ideas de los demás, vernos receptivos y
atentos entre nosotros; el animador no deja de suministrar las participaciones, solo que ahora
se incluye también en el diálogo, reflexiona y se pregunta con ellos, escucha y abre, no solo sus
preguntas, sino las preguntas que surgen de los café-pensadores, entrando en el cauce mismo
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del filosofar. Esto no significa que el contenido veritativo sea mayor, o que el método haya sido
seguido como debía; muchas veces supone lo contrario. Sin embargo, hay algo más allá de las
formas, e incluso de la verdad dialógica, que se vive en estos espacios. A nuestro parecer, lo
significativo del café no está necesariamente en lo dialogado y disertado, sino en la experiencia
misma del dialogar, del encontrarse y del hacer filosofía. Es a esto a lo que llamamos haber
vivido “la experiencia filosófica”.
¿Desde donde hacer café filosófico entonces? ¿Cómo sabemos que se ha logrado aquello que
nos hemos propuesto?
Hacer desde afuera puede darnos una perspectiva crítica del momento del café: vislumbrar con
mayor distancia y prudencia lo que dicen los participantes y proponer con estas mismas
condiciones preguntas más razonadas e incluso adecuadas. Se la retroalimentación y la
reflexión posterior al café los parámetros utilizados para saber si tuvo éxito la práctica. Hacer
café desde adentro implica perderse con los demás, dejarse llevar por la pasión (si es que se
siente) y arrojarse hacia donde la conversación nos lleve, escuchando nuestra intuición más que
a nuestra razón. Lo que nos indicará si hemos tenido éxito en nuestro café será nuestra propia
experiencia de él (y quizá el único criterio que tenemos).
Conclusiones
Son estos algunos de los dilemas que quisimos plantear desde nuestros saberes adquiridos en
cafés filosóficos, tanto como animadores como café-pensadores. Hay en estas nuevas prácticas
un compromiso con la filosofía misma, revivirla apelando a la provocación que suscita dentro
de nosotros y nos mueve a indagar más sobre aquello que creíamos comprender y ahora se
muestra revelador de nuestra ignorancia. Esta provocación puede ser el inicio que propague una
actitud diferente desde y hacia la filosofía, una actitud que promueva la conciencia crítica de
todo aquello que nos rodea, comenzando por revisar la propia vida, y que encuentre en quienes
nos reunimos en los cafés filosóficos una tierra fértil para indagar.
El café filosófico, tan popular en los últimos años, es una práctica que no termina por definirse,
y quizá nunca lo hará, pues probablemente sería su muerte. Mantenerlo abierto a la reflexión
es quizá nuestra más importante labor como practicantes de la filosofía, pues cesar la reflexión
es condenar a una práctica alternativa en sus objetivos, métodos y espacios; al estéril estatus
del dogma. El café filosófico es un espacio abierto al encuentro y exigente a su manera,
demanda de nosotros tomarlo con la seriedad misma de quien juega el juego que más le gusta.
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Referencias
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