se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y
yo siento que se me van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que
estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que
claro, en seguida. Mamá en esos casos no dice nada y no me mira, pero se
queda un poco atrás con las dos manos juntas, y yo le veo el pelo gris que
le cae sobre la frente y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que
claro, en seguida. Entonces se fueron sin decir nada más y yo empecé a
vestirme, con el único consuelo de que iba a estrenar unos zapatos
amarillos que brillaban y brillaban. (Cortázar, 2011: 505)
Además, el joven se sorprende de que el paseo tenga que ser hasta el centro de la ciudad,
pues nunca había ido solo tan lejos de casa. En consecuencia, la inquietud que lo envuelve
es precisamente el recorrido que debe realizar de casa al centro y viceversa. Así, durante el
trayecto, lo envuelven las vicisitudes a las que tiene que enfrentarse junto con su
acompañante, pues constantemente tiene que estar atento y cuidarse de los peligros que
representa pasear por el centro a ese alguien. Todo esto implica que debe cargar con toda la
responsabilidad.
Por este motivo, termina cansado de cuidar a su acompañante, por lo que se sienta con él en
una de las bancas, contemplando abandonarlo. Sin embargo, algunas calles más
adelante, el remordimiento lo obliga a volver por él, ahora con más control sobre sí mismo
y más seguro de sobre cómo debe actuar; entonces, da la vuelta y decide regresar a casa,
gustoso por haberse percatado de su responsabilidad y de haber entendido que la cuidar de
los demás significa, a la vez, cuidar de sí mismo.
Así pues, como hemos advertido, desde estos primeros dos párrafos, el relato parte de una
vivencia contrastable, la niñez, sólo que los comentaristas de la obra de Cortázar no hacen
referencia a esta categoría desde un punto de vista psicológico, sino que, a partir del hecho
literario, refieren a la niñez en un marco categorial tríadico, es decir, “autor-personaje-
lector” que hace las funciones de psicoanálisis (Gerónimo, 2004: 57 ss).
Comentaristas como Herráez (2003: 155 ss) han sugerido que los personajes infantes que
aparecen en la obra cortazariana adoptan proximidad a la niñez del autor y su contexto (la
ciudad).
Esta afirmación es admisible, puesto que la niñez como categoría psicológica funciona
como una base contrastable para diferenciar al niño violado respecto del niño odiado. En
este caso, podemos decir que Cortázar presenta al niño de experiencias regladas y no
regladas de parte de la familia y la institución escolar.