2018. núm. 01. "La niñez como categoría psicológica y la infancia como espacio de profundidad en la narrativa cortazariana". María
Alejandra Ramírez Hernández, pp. 25-48.
Ciencia y filosofía ISSN: 2594-2204
Articulo
La niñez como categoría psicológica y la infancia como espacio de profundidad en la
narrativa cortazariana.
María Alejandra Ramírez Hernández
FFYyL UNAM
aleassandraramh@hotmail.com
DOI: https://doi.org/10.38128/cienciayfilosofa.v1i01.4
Resumen.
A partir de una fenomenología de la ensoñación, se aportan elementos de análisis a la
técnica literaria de Cortázar en una narración fundacional de la adolescencia y la creación
de un espacio de intimidad.
Palabras claves: Cortázar, niñez, infancia, psicoanálisis, fenomenología.
Abstract.
From a phenomenology of dreaming, elements of analysis are contributed to the literary
technique of Cortázar in a founding narrative of adolescence and the creation of a space of
intimacy.
Keywords: Cortázar, childhood, childhood, psychoanalysis, phenomenology.
Enviado: 20.8:18
Aprobado: 7.9: 18
Publicado: 12.12:18
2018. núm. 01. "La niñez como categoría psicológica y la infancia como espacio de profundidad en la narrativa cortazariana". María
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Introducción.
Mediante un análisis literario de la obra de Cortazar se explican las categorías del psicoanálisis
profundo utilizando los pronombres como estructuras existenciarias que reflejan las etapas
psicológicas de los personajes del autor argentino identificando el hecho literario: autor, obra y
lector para abordar el problema de los pronombres en los cuentos cortazarianos. La investigación se
estructura en 5 momentos en los que se propone un desarrollo literario congruente con el hecho
literario. Se concluye que el uso del lenguaje cortazariano en el empleo de los pronombres es una
estrategia literaria para hacer accesible los problemas de sobrecomprensión de identidad en los
personajes planteados por el autor.
1. Fenomenología de la infancia
Partamos de las siguientes proposiciones: i. La niñez es un espacio de profundidad; ii. El
espacio de profundidad al que se refiere el psicoanálisis, en cuanto espacio pulsional, se
complementa con una fenomenología de la ensoñación, por tanto, iii. Deseo y ensoñación
conforman referentes significativos para la categoría psicológica de la niñez.
De acuerdo a estas proposiciones, tendríamos que admitir la presencia de dos referentes de
análisis: el psicoanálisis y la fenomenología. El primero se basta a mismo con su
método de libre asociación de entidades mentales(Calvin, 1980: 40 ss.). En cambio, la
segunda precisa de la dialéctica para describir el ascenso de la conciencia, de lo sensible a
la abstracción, lo cual significa que tiene que recorrer el camino de la experiencia de la
conciencia (Hegel, 2006: 73) de lo concreto a lo abstracto y viceversa para nombrar una
realidad a partir de lo aparente.
Si atendemos a estos métodos, tendríamos una explicación de profundidad psicoanalítica,
así como una de superficialidad fenomenológica. Una dialéctica de la cotidianeidad nos
revelaría este aserto, pues supone la presencia de seres dobles basados en profundidad y
superficialidad. A esta, Bachelard (20014: 213) le llama, la dialéctica de lo adentro y de lo
afuera.
¿Quién está afuera en la experiencia cotidiana, el yo como pensamiento, lo pulsional o la
ensoñación del instante? Habría que averiguar semejante pregunta en una topología de la
intimidad para así saber qué aparece en la superficialidad de nuestras experiencias
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cotidianas.
Para tratar esta cuestión, asumamos que la categoría psicológica de la niñez es fundacional.
Los místicos orientales, por ejemplo, aseguran que la niñez es un don, es decir, una
gratuidad que Dios nos otorga durante un denario diez años o una década (Osho, 2011:
34 ss); mientras que, el resto de nuestros denarios (entendidos como unidades de
realización y declive) tenemos que ganarlos en virtud, con nuestros propios esfuerzos y
sacrificios.
En contraste, para las teorías occidentales sobre la niñez la consideran a ésta desde un punto
de vista del peligro y el temor, en todos sus aspectos, pues es en esta etapa de la vida de una
persona que la violencia fundadora de los padres, la familia y la sociedad determina el
comportamiento del adulto.
Freud asumió una violencia tica fundadora de orden (Benjamín, 1985: 13 ss) para
demostrar que lo pulsional condicionaba el carácter del adulto, idea que fue atacada por su
discípulo Alder (1955: 17 ss.), quien negó la correspondencia de la neurosis como carácter.
En cambio, propuso que existe una voluntad de poderío en el hombre para acometer en
contra de sus semejantes, aún si no hay una violencia fundadora como el incesto o la
violación. Así, la condición cruenta del hombre, en una escala evolutiva, tendría validez por
la capacidad de acometer violencia en contra de la misma especie, arrasando poblaciones
enteras.
A diferencia de Freud, Alder se dedicó a psicoanalizar al niño odiado, al niño que tiene
una sobrecomprensión, de un objetivo de vida exageradamente ambicioso destinado a
vindicar por encima de todo, ya mediante la lucha abierta, ya una vez desalentado,
mediante el prudente apartamiento y la fuga de frente a la vida.
Así pues, la teoría de la niñez alderiana también es constituyente de la personalidad, sólo
que es franca en cuanto a la capacidad de acometer violencia contra mismo o frente a lo
otro. En las teorías de Freud y Alder, gracia y crueldad se encuentran en antítesis para
describir un denario, es decir, una temporalidad confesada como la del adulto neurótico que
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hace estragos en la niñez fundacional; de este modo, podemos sugerir que estamos ante la
presencia de una racionalización de la niñez a partir de un factor patológico como lo es la
neurosis.
El axioma acerca del peligro en la niñez se extiende a las teorías cognitivas; según Piaget
(1969: 13), “existen regulaciones cognoscitivas y regulaciones orgánicas en todos los
niveles de la vida humana. No obstante, la etapa de mayor riesgo cognitivo se encuentra
en la niñez, pues cualquier alteración a nivel orgánico afecta decisivamente las funciones
cognitivas como el lenguaje, la visión o audición.
La aportación que hace este epistemólogo a la educación consiste en que las relaciones
cognitivas y orgánicas desarrollan las bases, las estructuras y las funciones mentales
complejas como la lógica, la abstracción y las operaciones matemáticas (1973: 57).
Con Piaget, la categoría de la niñez se convierte en condición de posibilidad para toda
experiencia fundada en un conocimiento racional estructurado, un ideal de la razón que
Kant (2004: 336) ya había sugerido en su Crítica de la razón pura.
Según este razonamiento, se concluye que, con cada teoría que va apareciendo sobre la
niñez, su experiencia cotidiana se va racionalizando y, con ello, la aparición de disciplinas
normativas al servicio de un régimen institucional con capacidad de coacción, que protege a
la niñez en función de un futuro; o más bien, en función de unos ideales del futuro como la
profesión o el matrimonio.
Si la niñez está lo suficientemente racionalizada, entonces ¿qué caso tiene una
fenomenología de esta y, más aún, una fenomenología de su ensoñación? Al respecto,
Bachelard (2012: 251) sugiere que somos seres de superficie” dado que
constantemente necesitamos sumergirnos en nuestras profundidades; por lo cual, una
topología de la intimidad nos ayudaría a revelarnos el espacio de la niñez dorada, de una
niñez confesada, es decir, ¿cuántos sueños soñamos despiertos en nuestra niñez que aún
prevalece su textura multicolor en el presente?
En este sentido, la fenomenología de la ensoñación de la niñez bachelariana también es
fundacional, sólo que las coordenadas de explicación “se encuentran en el mundo onírico,
un mundo de naturaleza imaginante (Durand, 2007: 80 ss).
De este modo, es importante resaltar que lo simbólico y lo onírico no se corresponden en
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Bachelard, pues lo primero tiene una naturaleza conceptual (Cassier, 1985: 17 ss), mientras
que lo segundo es una función psíquica de equilibramiento experiencial. En consecuencia,
la creatividad, los objetivos, las metas y los anhelos de nuestra vida inmediata tienen su
fuente en ensoñaciones diurnas y nocturnas, es decir, aparecen y desaparecen en una
fenomenología del instante del aquí y el ahora. De ahí se sigue que la fenomenología de la
ensoñación de la niñez persigue al instante revelador; no hay momento en la niñez que no
sea revelador.
No obstante, ¿cuál sería la condición de la revelación, si por esta entendemos una confesión
de la niñez?
Al respecto, Bachelard (2014: 250 ss) no utiliza la categoría psicológica de la niñez
presumiblemente por la sospecha de una racionalización atribuida por las ciencias
normativas, en cambio, prefiere la palabra infancia, dado que evoca una etapa de la vida
sensibilizada.
Esta es considerada como una primitivez psíquica en donde imaginación y memoria
aparecen en un complejo indisoluble. En nosotros, siguiendo a Bachelard, yace una infancia
contada y una infancia situada. Hay alegría en nuestros corazones cuando se sabe que
tenemos una doble niñez. La que termina con la adolescencia, que se entrega al rebelde
puberto y consiste en sufrimientos pueriles, es la que señalan las teorías de cognición
situada (Espino y Barrón, 2017: 17); una infancia en todo caso sujeta a normas prohibitivas
y a una educación reglada y no reglada por la familia. Pero también habita en nosotros el
niño interno, el niño divino que llevamos dentro, el que es narrado conforme a las buenas
acciones. De la virtud y creatividad de la infancia dorada nace la ensoñación poética,
entendida como la capacidad onírica de nombrar mundos bellamente armonizados.
La cuestión a plantear sería, pues, ¿cómo comprobar una infancia doblemente sensibilizada
en una confesión? Para despejar esta cuestión, sólo necesitamos una condición: la presencia
del puberto rebelde que acaba con la niñez situada, aunque persiste en su interior la niñez
dorada; sucintamente, ¿cómo relatar, en forma de confesión, la presencia de un ser trino?
Este acto de escritura, de gracia, de don literario, nos los obsequia Cortázar (2011, págs.
505-16) en el cuento Despúes del almuerzo”.
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2. Una aproximación al ser doble
La explicación de un ser trino tiene un costo elevado de análisis, a menos que la
explicación se realice por el sendero la fe, en todo caso resulta intrincado para una
investigación que presume de coherencia y de lógica.
Lo que conviene es aproximar el ser con la expresión, aunque estemos conscientes de que
se trata de una simple aproximación del sí consigo mismo.
En este sentido, nos interesa aproximar la infancia situada respecto a la infancia narrada en
una dialéctica del ser doble.
El relato adánico narra que el segundo sexo proviene del sueño; de este modo, el encuentro
de lo masculino y lo femenino se origina después de este, es decir, en el surgimiento
prístino de dar nombres a las cosas. Lo masculino y lo femenino, dice Bachelar (pág. 90
ss.), no despiertan a la vida con estos nombres sino como animus (lo masculino) y anima
(lo femenino), como un ser divinamente andrógino que reúne en dos orientaciones para
nombrar a los demás seres y a las cosas.
En esta dialéctica entre el animus y el anima, se revela la presencia de los hermanos
fundacionales cuya tarea poética es dar nombres.
Antes de continuar, es necesario aclarar que en toda mitología se encuentran presentes los
gemelos o mellizos fundacionales; por ejemplo, Castour y Polus, Caín y Abel o Rómulo y
Remo, estos últimos son fundadores de un orden que nace con el crimen por
correspondencia (Calasso, 2000: 137).
Carl Sagan (1980: 120) dice que la civilización no arranca con Abel, sino con Caín, el
homicida. Según el Génesis (4,17), la primera ciudad fue construida por Caín, el inventor
de la agricultura, actividad que requiere de un asentamiento fijo. En consecuencia, fueron
sus descendientes, los hijos de Lamec, los que inventaron tanto los instrumentos cortantes
de bronce y hierro como los instrumentos musicales; es decir, técnica y arte son
aportaciones de Caín. Por otro lado, las pasiones exacerbadas que conducen al asesinato no
se atemperaron. Así, Lamec dice: Por una herida mataré a un hombre y a un joven por un
cardenal; si Caín fue vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete. Desde
entonces, conocemos el nexo entre asesinato e invención.
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En cambio, la dialéctica del animus y anima se refiere a los estados psíquicos impresos en
las naturaleza de las formas. De este modo, las denominaciones manzana y pera llevan
las formas impresas del anima, es decir, su ensoñación es femenina aunque provengan del
manzano y el peral, identificados ambos con la expresión del animus.
En Bachelard, la dialéctica del animus y anima permite que las fuerzas psíquicas se
diferencien para nombrar a un mundo de origen onírico, que no deja de contener estas
fuerzas que sexualizan las idealizaciones que inventa el hombre. Por tanto, dichas se
convierten en valores psicológicos profundos.
Conforme a este razonamiento, los ensueños no se forman de acuerdo a una linealidad
demostrada sensibilidad, concepto e idealización sino a partir de fuerzas imaginantes
engendradas por la dialéctica del animus y anima que conforma en nosotros valores
psicológicos; por ejemplo, la idealización de la nación conforma valores de intimidad
diferenciados de lo patrio. El espíritu patriótico demanda valores masculinizados como el
arrojo, el sacrifico y la lealtad; en cambio, la nación conforma valores de solidaridad, amor
y preservación del terruño abundante. Por tanto, las fuerzas imaginantes del animus y
anima acercan la expresión al ser, en donde el ser aparece nombrado en una tensión
expresiva en la cual el ser es tributario.
Sugerimos reforzar el argumento precedente a partir de W. Benjamin (1985: 51ss), quien
construye su teoría crítica del lenguaje a partir de la errónea identidad de las palabras con
las cosas. Sostiene que el trato con las cosas hace suponer que las palabras deben
comunicar algo fuera de mismas, en lugar de admitir que dichas no nos pertenecen; es
decir, sólo somos usuarios en nuestra temporalidad fortuita en este mundo. Esta posición,
por demás hebraica, sobre el lenguaje, le da pertinencia a la teoría de las fuerzas
imaginantes del animus y anima conforme al siguiente giro argumentativo.
Nuestros valores de intimidad provienen de ensoñaciones, donde no hay una frontera
absoluta en la expresión. En cambio, al tributar de un lenguaje autosignificante, el ser se
aproxima o se retira de las cualidades que nombran las palabras. De este modo, el ser no es
lenguaje, sino que sólo se aproxima en ensoñaciones que expresan cualidades. En este
sentido, el mito adánico estaría dando cuenta de esta aproximación. Por ejemplo, la
expresión flor otoñal invoca un ser de cualidades en cuanto a la fragancia y la hermosura
de los colores; un ser participante de esta expresión no tendría las ventajas de las síntesis de
referencia espacial como los pronombres.
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Para Benjamin, una síntesis de referencia espacial sería evidencia de la caída adánica
caracterizada por “la inmediatez en la comunicación de la abstracción que ha tomado la
forma de juicio, cuando el hombre abandonó, en la caída, la inmediatez de la comunicación
de lo concreto, del nombre, y cayó en el abismo de la mediatización de toda la
comunicación de la palabra como medio, de la palabra vana: en el abismo de la charla”.
Conforme a estas teorías sobre el lenguaje, habría dos formas de aproximar al ser con la
expresión. Esto es un uso autorreferente de las palabras, poético diría Bachelard, así como
un uso mediático de la palabra; y, no obstante, abstracto en forma de juicio lógico y moral.
Aunque, para Benjamin cabría la inmoralidad del juicio abstracto, como por ejemplo: yo
estoy santificada.
Para utilizar la expresión de Benjamin, diríamos que la cultura de la caída del lenguaje
enseña a la infancia indistintamente el yo cuando en una cultura de género debía llamarse a
las fuerzas cósmicas del anima ya, o incluso musicalmente yaya.
El predominio de los pronombres como síntesis espacial, según Cassier (1985: 145), se
basa en un postulado de la similitud. Siguiendo a Humbolt, Cassier sostiene que la
oposición del aquí, allá, acullá, así como la oposición del yo, del y del él surgen del
mismo acto mitad mímico y mitad lingüístico del indicar, de las mismas formas
fundamentales de la deixis.
La investigación de Humbolt (1950: 178) acerca de los pronombres se refería a la génesis
del pensamiento sintético al que había llegado la civilización europea, a diferencia del resto
de las civilizaciones americanas en las que las direcciones espaciales eran referidas a
sonidos onomatopéyicos. En contraste, Cassier propone, a partir de una teoría del lenguaje,
que el lenguaje no entra en el ámbito de la percepción objetiva sólo para poner nombres, los
cuales son puramente exteriores y arbitrarios de los objetos individuales, sino que coopera
en la construcción de un mundo de esos objetos, es decir, de la percepción y de la intuición
objetiva.
Así, tenemos que lo que para Benjamín es una caída de la mediatización del lenguaje (es
decir, el significado independiente de la palabra fundadora), para Cassier se trata de una
cuestión de legalidad identificar al logos con el pensamiento. Mientras Benjamín le
demanda al lenguaje de caída una asimetría de significado, Cassier justifica una legalidad
de consistencia del pensamiento e intuición, aceptando la arbitrariedad de fondo. Ambas
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posturas asimétrica semántica y consistencia justificada dan cuenta de la oposición que
hemos introducido acerca de la infancia narrada e infancia situada.
Volviendo al problema según el cual decíamos que consistía en aproximar la infancia
situada respecto a la infancia narrada en una dialéctica del ser doble, en la infancia situada
aparecen los pronombres, mientras que en la infancia narrada aparecen las ensoñaciones;
ambas infancias de un mismo ser crean una paradoja de sensibilización; es decir, ¿quién se
adjudica en un mismo ser la experiencia pretérita y qué caminante narra la dicha y los
ensueños divinos?
La solución del yo como pensamiento (cogitatio) no está basada en la continuidad
(Descartes, 2001, 45 ss). Esto es para que el yo sea uno consigo necesita no dejar de
pensar, no tener ningún momento dubitativo y, por supuesto, no estar en estado de sueño,
de ahí la garantía de Dios en Descartes al establecer un mundo de regularidades. Por tanto,
podemos decir que no hay un yo único, sino que, en todo caso, hay una pluralidad de yoes
en una temporalidad del instante. En otro sentido, ¿cómo puedo ser yo en una experiencia
fortuita si pierdo la duración sensible en otro momento? Lo que puedo decir es que hay
repetición de la experiencia, probando una causa: la de mis vivencias. Pero, entonces,
¿dónde quedó el yo?
Si surge una nueva causa, entonces estamos ante la presencia de un nuevo yo que ya no es
el otro yo. Este galimatías del yo y del no yo es prueba de un empantanamiento causal para
identificar una evidencia respecto de una nueva experiencia que requiere nombrarse. Por
tanto, podemos inferir que el uso de pronombres, a nivel epistémico, tiene el problema de
adjudicación causal.
Esta paradoja la comprendió Cortázar a lo largo de su obra, poniendo en crisis las creencias
que tenemos acerca de la causalidad y de regularidad que establece la asunción de un yo
cogitativo. La especialista en Julio Cortázar, D. Gerónimo dice lo siguiente: “En mi
experiencia como lectora de cuentos de Cortázar, la seducción provino tanto de la
presentación y “armado” de una forma de relato no convencional como de la profundidad
del contenido que implica una problemática filosófica y casi metafísica. En efecto, Cortázar
propone es sus cuentos un cuestionamiento del orden corrientemente atribuido a lo real,
pero al mismo tiempo no proporciona soluciones posibles (2004: 405).
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De este modo, las problemáticas de la vida cotidiana que aborda Cortázar se caracterizan
por la presencia del azar, la incertidumbre propiciada por un ambiente conflictivo de los
personajes, en donde “no hay acciones previsibles y gicas de causa y efecto a la manera
realista.
Nos parece que la adopción de la dialéctica de la infancia situada respecto a la infancia
narrada aportaría elementos significativos para diferenciar los momentos de una misma
conciencia; la cual, tiene como referentes la presencia del yo y del él, además de saberse en
confesión, donde la autoacusación y la ensoñación del instante son momentos de la
singularidad sintiente.
Según nosotros, esta hipótesis nos revelaría la adopción de una infancia confesada en
Cortázar; no necesariamente del escritor, sino una narrada y obligada a situarse
formalmente.
La presencia de un niño dorado es el tercer elemento no observado hasta ahora en el
análisis de los cuentos de Cortázar; es decir, sólo ha cabido la confesión de una
singularidad narrada en la que vuelven los personajes a las profundidades del niño lacerado
y acusado por una educación reglada y no reglada de por la familia y la sociedad. El niño
dorado, aquel de la ensoñación, no lo aporta ni el yo ni el él”, sino ambos.
En otros términos, lo que nos quiere inculcar Cortázar en sus cuentos es la presencia de las
paradojas sensibles para las cuales nuestro lenguaje constituye un obstáculo para nombrar
experiencias internas de reconciliación, donde el ego sólo es la entrada del ulterior laberinto
intrincado de sobrecomprensiones del sí mismo.
El cuento de Cortázar que, a nuestro parecer, sitúa la niñez en la adolescencia es se titula
“Después del almuerzo”, el cual valdría sintetizar con la expresión, alguien lleva algo que
le molesta. En este relato, la cotidianeidad aparece de una paradoja sensible, ¿qué hago
con los valores de intimidad de mi niñez si ya no la siento?
De este modo, la transición de la niñez hacia a la adolescencia revela el desarrollo de una
topología de la intimidad donde el niño acusado revela los valores socioculturales en
detraimiento del niño dorado.
La categoría psicológica de la niñez no sólo tiene un peso decisivo sobre el adulto, sino
que, además, no funda un espacio de trascendencia. Una topología de la intimidad tendría
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que dar cuenta de la presencia de dichos espacios en el mismo, en vez de ser acusante y
patológica como enseñan los modelos de la ciencia normativa.
La presencia de ensoñaciones, voces y sobrecomprensiones del mismo han sido hasta
ahora materia de legalidad y enfermedad mental. Ha sido proscrito del discurso cientificista
el espacio de trascendencia íntima como factor de equilibramiento psicosocial. El alma, el
espíritu y el ego no pueden medirse, sólo se mide una mente gestora de recompensa
sensible, sobre-sexuada al alcance de la ley punible.
En consecuencia, después de haber propuesto esta diferencia metodológica entre niñez e
infancia, estamos en condiciones lógicas para hablar de lo concreto, de lo singular y su
confesión, la cual no puede ser pura en donde no tenga lugar la intimidad de la infancia.
Una confesión pura siempre es un caudal bullicioso, un río de voces infantiles que perviven
en ensoñaciones profundas. Por este motivo, una topología de la intimidad estaría basada en
la pureza de esta. En este sentido, creemos que Cortázar aporta elementos topológicos;
como son los espacios de intimidad conflictiva y de trascendencia que deseamos exponer a
continuación.
3. Infancia confesada
Hemos sugerido la presencia de una infancia narrada y una infancia situada en el relato
cortazariano que habremos de analizar. Sin embargo, es condición sine quanon la adopción
de una estructura existenciaria como lo es la confesión. Al respecto, hemos sugerido, sin
mayor profundidad, que la confesión revela lo concreto de la existencia, que es la
singularidad.
Para ello, veamos la manera en la que Bruckner (2005: 25 ss) desarrolla una dialéctica de
interioridad-intimidad. De este modo, a partir de una génesis de la categoría de confesión,
dice que “San Agustín descubre [en las Confesiones], que percibe asimismo dentro de el
desorden y la incoherencia, pero los relaciona con el pensar de la criatura aplastada por la
omnipotencia de su creador. [Así] el interior del hombre es un abismo de misterio
desconocido que sólo pertenece a Dios: ¿qué soy pues, Dios o? ¿qué tipo de ser? Una
vida cambiante, multiforme, rebosantemente desmesurada”.
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Para la Edad Media, tratar de penetrar en el fondo de uno mismo significaba estrellarse
contra un muro de opacidad cuya llave sólo poseía el poder divino, al que dicho juicio le
pertenecía absolutamente. Sin embargo, Rousseau, en sus Confesiones, radicalizó este
principio con el surgimiento de la intimidad, que consiste en la capacidad refractaria del
mismo. “Desde Agustín, inventor de la interioridad a Rousseau, inventor de la intimidad,
han transcurrido más de trece siglos, durante los cuales Europa se ha secularizado
ampliamente [en donde] la intimidad más estrecha rubrica la distancia mayor, el y el yo
jamás están en pie de igualdad.
Para contextualizar esta cita, diremos que, mientras la confesión en Agustín tiene un nivel
de profundidad según la consistencia del ser, en Rousseau la confesión se da en términos de
libertad, en la que se defiende la causa más querida: uno mismo.
Hay una asunción importante en Bruckner que hay que destacar, según la cual, el
individualismo rousseiano parte del buen salvaje, identificado con el Narciso cósmico en
mimesis con la naturaleza, cuyas acciones son refractarias e impedidas sólo por el otro. Esta
deducción le confiere autoridad a dicho filósofo para describir una cultura democrática en
el trato con la alteridad; así pues, si el proceso en la era democrática se ha convertido en
la figura pedagógica por antonomasia, en la sobrecogedora síntesis de la aventura humana,
se lo debemos a Rousseau: como él, consideramos los tribunales el lugar donde defender la
causa más querida, es decir, nosotros mismos. Obligados a probar nuestras aptitudes,
tenemos que solicitar la aprobación de nuestros contemporáneos, convencerlos,
conmoverlos y por lo tanto colocar nuestro destino entre sus manos.
La intimidad en Rousseau significa estar lleno de mismo, considerando al otro
únicamente como un ocupante, que vive su presencia difusamente. Si admitimos este
postulado acerca de la intimidad, entonces aparece el conflicto entre conciencias, es decir,
una dialéctica del reconocimiento. No obstante, nuestro argumento tiene que ver con la
infancia constituyente, profunda, más no con una intimidad yoica. La presencia del sujeto
rousseiano significa aprobación y destino social, que excluye un espacio de trascendencia.
Por tanto, si nos quedamos con este postulado de la cultura occidental, en donde el sujeto
de intimidad se somete a proceso, los resultados son predecibles dentro de una concepción
narcisista que gestiona recompensa sensible.
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El desplazamiento de un espacio de trascendentalidad hacia un espacio narcisista es lo que
caracteriza a la cultura secular; sin embargo, la aportación crítica del psicoanálisis a los
referentes de recompensa sensible termina por cuestionar la intimidad como sinónimo de
recompensa sensual. Este momento de crítica aparece en Cortázar; no obstante, según
nuestra interpretación, lo hace para mover una dialéctica de interioridad-intimidad donde
desparece el sujeto rousseiano. Si esta se concibe sin sujeto, puede llegar a constituir una
fundación de trascendencia sin la admisión de una titularidad supraterrena.
Como esta es una tesis radical, hemos creído conveniente advertir que, en el cuento en
cuestión, i. Hay una fenomenología de la infancia por oposición a una psicología de la
niñez; ii. Dicha oposición es consecuente con una dialéctica de la interioridad-intimidad; y
iii. Se deduce una topología de la intimidad sin sujeto causal.
Si hemos deducido estos presupuestos es porque estamos ante la presencia de una narración
en donde la infancia presenta mayor proximidad a los valores de intimidad rebelde que
acontecen en el segundo denario de la vida, en donde se ubica la adolescencia. Por este
motivo, esta infancia es constituyente, además de ser fundadora de espacio de intimidad.
Por tanto, asumimos que estamos ante una narración de infancia confesada, que no es la
única en Cortázar, pero si la más próxima a una fundación de intimidad sin los prejuicios
del adulto. Aquí, las turpitudes del yo no tienen ese halito de libertad reconocida por el
otro, sino que las torpezas aún se exhalan con naturalidad. Dicho lo anterior, vayamos al
prometido cuento
4. Lectura comentada
En el cuento “Después del almuerzo”, la historia es narrada en primera persona por un
adolescente, quien cuenta cómo es obligado por sus padres a llevar de paseo a alguien.
Aquí, se crea una ambigüedad, pues ese alguien que nunca se sabe su nombre puede ser
una persona o un animal. De este modo, la idea originaria del cuento es que el adolescente
se niega a salir de paseo con ese alguien, ya que, en su lugar, prefiere quedarse en su cuarto,
no obstante, su padre lo obliga a salir de este encierro.
a. Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en mi cuarto
leyendo, pero papá y mamá vinieron casi en seguida a decirme que esa
tarde tenía que llevarlo de paseo.
b. Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor
me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por
qué no me gustaba tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y
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se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y
yo siento que se me van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que
estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que
claro, en seguida. Mamá en esos casos no dice nada y no me mira, pero se
queda un poco atrás con las dos manos juntas, y yo le veo el pelo gris que
le cae sobre la frente y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que
claro, en seguida. Entonces se fueron sin decir nada más y yo empecé a
vestirme, con el único consuelo de que iba a estrenar unos zapatos
amarillos que brillaban y brillaban. (Cortázar, 2011: 505)
Además, el joven se sorprende de que el paseo tenga que ser hasta el centro de la ciudad,
pues nunca había ido solo tan lejos de casa. En consecuencia, la inquietud que lo envuelve
es precisamente el recorrido que debe realizar de casa al centro y viceversa. Así, durante el
trayecto, lo envuelven las vicisitudes a las que tiene que enfrentarse junto con su
acompañante, pues constantemente tiene que estar atento y cuidarse de los peligros que
representa pasear por el centro a ese alguien. Todo esto implica que debe cargar con toda la
responsabilidad.
Por este motivo, termina cansado de cuidar a su acompañante, por lo que se sienta con él en
una de las bancas, contemplando abandonarlo. Sin embargo, algunas calles más
adelante, el remordimiento lo obliga a volver por él, ahora con más control sobre mismo
y más seguro de sobre cómo debe actuar; entonces, da la vuelta y decide regresar a casa,
gustoso por haberse percatado de su responsabilidad y de haber entendido que la cuidar de
los demás significa, a la vez, cuidar de sí mismo.
Así pues, como hemos advertido, desde estos primeros dos párrafos, el relato parte de una
vivencia contrastable, la niñez, sólo que los comentaristas de la obra de Cortázar no hacen
referencia a esta categoría desde un punto de vista psicológico, sino que, a partir del hecho
literario, refieren a la niñez en un marco categorial tríadico, es decir, autor-personaje-
lector” que hace las funciones de psicoanálisis (Gerónimo, 2004: 57 ss).
Comentaristas como Herráez (2003: 155 ss) han sugerido que los personajes infantes que
aparecen en la obra cortazariana adoptan proximidad a la niñez del autor y su contexto (la
ciudad).
Esta afirmación es admisible, puesto que la niñez como categoría psicológica funciona
como una base contrastable para diferenciar al niño violado respecto del niño odiado. En
este caso, podemos decir que Cortázar presenta al niño de experiencias regladas y no
regladas de parte de la familia y la institución escolar.
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c. Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación dijo que
podía ir a buscarlo a la pieza del fondo, donde siempre le gusta meterse
por la tarde. Tía Encarnación debía darse cuenta de que yo estaba
desesperado por tener que salir con él, porque me pasó la mano por la
cabeza y después se agachó y me dio un beso en la frente. Sentí que me
ponía algo en el bolsillo.
d. Para que te compres alguna cosa me dijo al oído. Y no te olvides de
darle un poco, es preferible.
e. Yo la besé en la mejilla, más contento, y pasé delante de la puerta de la
sala donde estaban papá y mamá jugando a las damas. Creo que les dije
hasta luego, alguna cosa así, y después saqué el billete de cinco pesos para
alisarlo bien y guardarlo en mi cartera donde ya había otro billete de un
peso y monedas. (Cortázar, 2011: 507)
Así, la niñez confesada lo es posible con la presencia del adolescente que está en
condiciones de discernir los actos normados de los que no lo están. Cuando dicho está
educado conforme a normas precisas, atiende a la norma por hábito y por interés. De este
modo, lo que caracteriza a la adolescencia es son más bien las prácticas que no están
normadas; es decir, lo que descubre en cada acto y lo que puede hacer en cada acción, que
ahora está a merced de su voluntad.
En esta transición del acto normado respecto de los actos de su voluntad, da origen a una
infancia sumergida, situándola en el olvido tras la emergencia de una voluntad
pensamiento acompañado de deseo, que irá sepultado cada etapa de la vida en el
trascurso de la dramatización de lo concreto que somos en cada caso.
La paradoja de la sensibilidad es la siguiente: alguien lleva algo que le molesta, por lo que,
molesto y rebelde, se nos revela en la adolescencia.
En consecuencia, se incorpora en la vida cotidiana como una práctica de intimidad; no
obstante, la sobrecomprensión de esa práctica crea neurosis, la cual, con el tiempo provoca
que el espacio de interioridad se anegue de ansiedad con la presencia de voces provenientes
de lo ignoto. En El agua y los sueños, Bachelar (1978: 74 ss) le dedica un capítulo
completo a la ensoñación de las aguas profundas, caracterizadas por el mito de Caronte, que
revelan una vida tormentosa, como la del escritor A. Poe.
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Al respecto, no podemos inferir la presencia de una vida tormentosa en Cortázar, partiendo
de sus personajes; en todo caso, lo que se puede inferir conforme a la triada del hecho
literario, escritor-personajes-lector, es que estamos ante la presencia de una narración
fundacional en la que hay una infancia que se sumerge por la presencia de una rebeldía
fundadora de derecho.
El niño visible, aquel sujetado a normas, es el que aparece en la superficie de la narración,
contrastable para el escritor y el lector; no obstante, el cuento hace su gracia al ocultar a la
infancia dorada sin dejar de dar testimonio del sumergimiento en plena inmutes. Así, la
obra literaria cumple su función autónoma, individualizando un mundo narrado que pone
en juego las prácticas de intimidad, por las cuales un lector poco entrenado en las paradojas
de la sensibilidad es seducido rápidamente, ya que estas necesitan aprobación de lo que más
quiere, a mismo como recompensa sensible. Por tanto, lo que presenciamos en la
narración es el surgimiento del sujeto de intimidad rousseiana, que, por aprobación, queda a
merced de una red jurídica en la que apelará a derecho.
[14] No cuánto tardé en llegar otra vez a la Plaza de Mayo. A la mitad de la
subida me caí, pero volví a levantarme antes que nadie se diera cuenta, y crucé a
la carrera entre todos los autos que pasaban por delante de la Casa Rosada.
Desde lejos vi que no se había movido del banco, pero seguí corriendo y
corriendo hasta llegar al banco, y me tiré como muerto mientras las palomas
salían volando asustadas y la gente se daba vuelta con ese aire que toman para
mirar a los chicos que corren, como si fuera un pecado. Después de un rato lo
limpié un poco y dije que teníamos que volver a casa. Lo dije para rme yo
mismo y sentirme todavía más contento, porque con él lo único que servía era
agarrarlo bien y llevarlo, las palabras no las escuchaba o se hacía el que no las
escuchaba. (Cortázar, 2011: 505)
Hay una celebración al final de la confesión de la infancia narrada, pues el niño dorado,
sumergido por la primera rebeldía que desata la vida, siempre va a emerger en los actos
morales donde prevalezca la bondad. Así, la dialéctica de la interioridad-intimidad es una
dialéctica de superación, al estilo de Hegel, en donde la acción bondadosa suprime a un
sujeto gestor de recompensa narcisista para afirmar la presencia del espíritu o, si se prefiere,
la cercanía del niño divino con Dios o el Absoluto.
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Siempre cabe la posibilidad de la duda metódica, ¿por qué no aparecen como una constante
de interpretación los actos bondadosos en la obra de Cortázar? La respuesta sería porque el
cuento analizado es fundacional y crítico de las patologías de la niñez ubicada. Lo que
sugerimos al respecto es que ha predominado una interpretación psicoanalista de
profundidad y superficialidad de la triada autor-personaje-lector; así, en su lugar, se ha
dejado de lado una fenomenología del ser de superficie que aparece con toda fuerza; por
ejemplo, en el cuento Axolotl, en donde explícitamente se acepta la condición de
superficialidad de la humanidad en la cultura.
Lo que se ha dejado al margen es una interpretación en la cual tenga cabida una topología
de la intimidad como la que sugerimos, que revele lo que yace sumergido, además de su
aparición en el acto bondadoso de un ser que, en todo caso, es el suyo mismo; el cual, en el
cuento que acabamos de ver, es trino, es decir, el adolescente identificado con el yo como
sujeto de superficie; la tercera persona del singular, caracterizada por actos de
sumergimiento; así como la emergencia del acto bondadoso del mismo. Todo ello en una
dialéctica de la interioridad.
Hay que advertir que, si no hubiera paradojas de sensibilidad, el yo no acusaría a la
sensibilidad pretérita en busca de recompensa narcisista inmediata; más bien, hay que
reconocer que nuestra especie sintiente crea habitáculos de conflictos de sus experiencias
previas, que causan estragos en las nuevas. Para salvar esta situación, es necesario admitir
una infancia narrada, dorada, de actos de conmiseración con lo otro y lo propio, los cuales
son acompañados de estados de ensoñación acerca de una naturaleza prístina.
5. Aportaciones
La especialista en Cortázar, Miriam Gerónimo, en su análisis de la técnica literaria que hace
sobre el cuento “Deshoras”, dice que en dicha historia se entretejen dos tramas que
corresponden al pasado (la prepubertad y pubertad) y al presente (adultez) del protagonista,
ambas etapas están enunciadas en dos pronombres personales diferentes. Desde la óptica
narrativa, la ambivalencia del cuento está basada en el juego de puntos de vista, en la
apariencia del desplazamiento entre la primera y la tercera personas gramaticales” (2004:
340). Dicho esto, veamos la siguiente tabla que sintetiza su análisis:
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Tabla 1.
Primera persona
Tercera persona
Hoy
Ayer
Buenos Aires
Banfield
Presente de la enunciación
Pasado
Rutina, obligaciones (purgatorio)
Paraíso, verano, vacaciones
Grises, neblinosas
Colores claros
Costumbre
Deseo
Rutina
Juego
Escritura
vida
Realidad
sueño
Escritor adulto
Hombre-niño
Fuente: propia.
Así, para Gerónimo, la clave de la técnica narrativa está en descubrir la focalización
respectiva de cada momento. Porque aun cuando exista el desdoblamiento de y
personas gramaticales, el personaje sobre el que gira toda la historia es siempre el mismo”
(2004: 341). De este modo, lo primero que hay que comparar en esta interpretación es que
los contrastes de este desdoblamiento de tanto la primera como la tercera personas del
singular encajan perfectamente con nuestra topología de la intimidad.
No obstante, la ausencia de categorías psicológicas y fenomenológicas impiden a Gerónimo
realizar un análisis de intimidad del consigo, pese a que el ser trino sea más nítido aquí
que en “Después del almuerzo”; puesto que la infancia narrada, el puberto normado por la
educación familiar y el adulto sobrecomprendido, es decir neurótico, se hallan contenidos
en una interioridad confesada que narra el cuento que analiza.
De lo anterior, podemos deducir que nuestro aporte acerca de una infancia fundacional es
aplicable al resto de los cuentos de Cortázar, en los que aparecen estos tres momentos
diferenciados y en los que la triada literaria, autor-personaje-lector, se psicoanaliza sobre las
bases de una niñez reglada por oposición a una infancia narrada.
En otras palabras, consideramos que hacía falta destacar en la técnica literaria la presencia
de un sumergimiento de la infancia dorada para que la niñez soñada adquiriera
trascendentalidad, es decir, positividad frente a la negatividad neurótica del adulto.
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Por el contrario, hay una asunción casi infalible que domina a las interpretaciones a partir
de la técnica narrativa gramatical, según la cual la obra literaria en Cortázar se encuentra
“abierta y el resultado del psicoanálisis depende de la experiencia del lector(pág. 404 ss).
Lo que esta asunción no admite es la presencia de paradojas de la sensibilidad en los
constructos artificiales de la mente humana en su afán de recompensa narcisista que
caracteriza a la cultura occidental.
Asimismo, Gerónimo continúa diciendo que el juego de las dos personas gramaticales,
de las focalizaciones, son solamente eso, un juego, un artificio literario, porque el personaje
del cuento Aníbal es el otro y el mismo en la niñez y en la adultez. La posición del
narrador arranca desde un presente el de hoy de la escritura y el de la enunciación, pasa
por la evocación del pasado analepsis-tiempo del enunciado y vuelve a un presente
inexorable que agobia; sugiere la circularidad” (2004: 343).
Es importante traer a colación la diferencia que establecimos anteriormente entre la teoría
benjaminiana del lenguaje respecto a la teoría de Cassier. Había una tesis que se tenía que
probar, la cual aseguraba que ser y expresión se aproximan”. Mientras la teoría de
Benjamin admitía la inconmensurabilidad semántica del lenguaje con las cosas, Cassier
asumía una construcción artificial del lenguaje con capacidad constituyente del
pensamiento y las intuiciones. De esta última teoría, asumíamos la construcción teórica de
las ciencias, es decir, la consistencia del ser a partir de un lenguaje construido formalmente,
contrastable a nivel del conocimiento y las intuiciones.
La técnica literaria de Cortázar no escapa a la teoría del lenguaje de Cassier, si esta se toma
con toda firmeza. Por este motivo, para su superación, se necesita una teoría de estados de
sensibilidad de la interioridad.
Al respecto, nosotros siguiendo a Bachelard sugerimos la conformación de una topología
de la intimidad para señalar paradojas de la sensibilidad. En esta, encontramos un momento
fundacional de la infancia: el sumergimiento de la infancia narrada en la presencia de la
primera rebeldía, que tiene lugar en la experiencia sensible de la adolescencia y cuyo hecho
literario lo encontramos en “Después del almuerzo”.
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Lo que hemos demostrado, en todo caso, es que el lenguaje sufre modificaciones para
significar estados de conciencia de la temporalidad del presente; con ello, la asimetría a
nivel de significación es notoria para las edades de la vida. Esto lo hemos caracterizado
como una paradoja de sensibilidad aplicable al psicoanálisis de una vida relativamente
joven o en la madurez, extrema como lo hace notar Cortázar en “Cartas a mamá”.
Presumiblemente, Cortázar observó una asimetría de referencias sensibles que se da a lo
largo de nuestras experiencias internas, utilizando para ello la técnica literaria de
pronombres gramaticales que tanto ha entusiasmado a las mentes brillantes, quienes han
escrito al respecto. En otras palabras, en el personaje histórico de Cortázar preside una
filosofía de la interioridad aplicada a un método literario muy particular, en donde ser y
expresión se aproximan desde diferentes ángulos de una misma confesión.
Conclusiones
Hemos demostrado que los procesos de sistematicidad y de especialización categorizados,
como lo es la niñez, desde un punto de vista psicológico, constituyen la evidencia de un
obstáculo epistémico que la ciencia (normativa) crea a causa de un exceso de racionalidad
cuantificable; y que la literatura aporta elementos significativos para superar problemas de
evidencia a partir de un nuevo juego conceptual.
El cuento de Cortázar que hemos analizado, “Después del almuerzo”, reúne los requisitos
creativos para modificar el lenguaje psicológico para referirnos a la interioridad-intimidad;
asimismo, se aportan los elementos de una ciencia de la intimidad o topología de la
ensoñación, que dan cuenta de la inestabilidad que sufre la psique a través de la vida de un
individuo en su singularidad experiencial; esto sin que se atienda a criterios patológicos,
sino más bien humanistas de respeto a la intimidad autónoma, más allá de la dicotomía
normal-anormal, como actualmente las ciencias normativas se refieren a los hechos internos
de la mente.
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