Ciencia y Filosofía ISSN: 2594-2204
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Articulo académico
DOI: 10.38128/cienciayfilosofa.v1i01.4
La niñez como categoría psicológica y la infancia como
espacio de profundidad en la narrativa cortazariana
Childhood as a psychological category and childhood as a
space of depth in Cortazar's narrative
María Alejandra Ramírez-Hernández. ID. 0009-0000-4046-7869FFYy L
Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, Colegio de Letras
Hispánicas
Email: leassandraramh@hotmail.com
Resumen
A partir de una fenomenología de la ensoñación se aportan elementos de análisis a la técnica
literaria de Cortázar en una narración fundacional de la adolescencia y la creación de un espacio
de intimidad. Este artículo propone una distinción entre la niñez como categoría psicológica
normativa y la infancia como espacio de profundidad imaginativa, analizando esta dualidad en la
narrativa de Julio Cortázar. A través de una fenomenología de la ensoñación inspirada en
Bachelard, se explora cómo la infancia constituye un ámbito de intimidad y creatividad, en
contraste con la niñez regulada por discursos psicoanalíticos y cognitivos. El estudio se centra en
el cuento “Después del almuerzo”, donde se observa una dialéctica entre una infancia
narrada (onírica y fundacional) y una infancia situada (sujeta a normas sociales). El relato
ilustra la transición a la adolescencia como un momento de conflicto entre la interioridad íntima
y las imposiciones externas, revelando una “topología de la intimidad” donde emerge lo que el
autor denomina el “niño dorado”: una figura de bondad y trascendencia reprimida por la
racionalización adulta. La investigación critica las interpretaciones tradicionales que
psicologizan o patologizan la infancia, y propone en su lugar una lectura fenomenológica que
valora la ensoñación y la confesión literaria como vías de acceso a una subjetividad autónoma y
no sujeta a categorías clínicas.
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Palabras claves: Cortázar, niñez, infancia, psicoanálisis, fenomenología.
Abstract.
Based on a phenomenology of reverie, we provide analytical insights into Cortázar's literary
technique in a foundational narrative of adolescence and the creation of a space of intimacy. This
article proposes a distinction between childhood as a normative psychological category and
childhood as a space of imaginative depth, analyzing this duality in Julio Cortázar's narrative.
Through a phenomenology of reverie inspired by Bachelard, we explore how childhood
constitutes a realm of intimacy and creativity, in contrast to childhood regulated by
psychoanalytic and cognitive discourses. The study focuses on the short story "After Lunch,"
which observes a dialectic between a narrated childhood (dreamlike and foundational) and a
situated childhood (subject to social norms). The story illustrates the transition to adolescence as
a moment of conflict between intimate interiority and external impositions, revealing a "topology
of intimacy" where what the author calls the "golden child" emerges: a figure of goodness and
transcendence repressed by adult rationalization. The research critiques traditional interpretations
that psychologize or pathologize childhood, and instead proposes a phenomenological reading
that values reverie and literary confession as avenues to an autonomous subjectivity unbound by
clinical categories.
Keywords: Cortázar, childhood, infancy, psychoanalysis, phenomenology.
Enviado: 20.8:2018
Aprobado: 7.9: 2018
Publicado: 12.12:2018
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Fenomenología de la infancia
Partamos de las siguientes proposiciones: i. La niñez es un espacio de
profundidad; ii. El espacio de profundidad al que se refiere el psicoanálisis, en cuanto
espacio pulsional, se complementa con una fenomenología de la ensoñación, por tanto,
iii. Deseo y ensoñación conforman referentes significativos para la categoría psicológica
de la niñez.
De acuerdo con estas proposiciones, tendríamos que admitir la presencia de dos
referentes de análisis: el psicoanálisis y la fenomenología. El psicoanálisis se basta a
mismo con su método de libre asociación de entidades mentales.(Calvin, 1980: 40
ss.) En cambio, la fenomenología precisa de la dialéctica para describir el ascenso de la
conciencia, de lo sensible a la abstracción, lo cual significa que la fenomenología tiene
que recorrer el camino de la experiencia de la conciencia (Hegel, 2006: 73) [de lo concreto
a lo abstracto y viceversa] para nombrar una realidad a partir de lo aparente.
Si atendemos a estos métodos tendríamos: una explicación de profundidad
psicoanalítica, así como una explicación de superficialidad fenomenológica. Una
dialéctica de la cotidianeidad nos revelaría este aserto, pues supone la presencia de seres
dobles basados en profundidad y superficialidad. Bachelard (20014: 213) le llama a esta
dialéctica, la dialéctica de lo adentro y de lo afuera.
¿Quién está afuera en la experiencia cotidiana, el yo como pensamiento, lo
pulsional o la ensoñación del instante? Habría que averiguar semejante pregunta en una
topología de la intimidad, y así saber qué aparece en la superficialidad de nuestras
experiencias cotidianas.
Para tratar esta cuestión asumamos que la categoría psicológica de la niñez es
fundacional. Los místicos orientales, por ejemplo, aseguran que la niñez es un don, es
decir una gratuidad que Dios nos otorga durante un denario [diez años o una década]
(Osho, 2011: 34 ss) el resto de nuestros denarios (entendidos como unidades de
realización y declive) tenemos que ganarlos en virtud, con nuestros propios esfuerzos y
sacrificios. En cambio, para las teorías occidentales sobre la niñez, consideran a ésta desde
un punto de vista del peligro y el temor, en todos sus aspectos. En la niñez de la vida de
una persona la violencia fundadora de los padres, la familia y la sociedad determina el
comportamiento del adulto.
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Freud asumió una violencia tica fundadora de orden (Benjamín, 1985: 13 ss)
para demostrar que lo pulsional condicionaba el carácter del adulto, idea que fue atacada
por su discípulo Alder (1955: 17 ss.) quien negó la correspondencia de la neurosis como
carácter, proponiendo que existe una voluntad de poderío en el hombre para acometer en
contra de sus semejantes, aún si no hay una violencia fundadora como el incesto o la
violación. Así, la condición cruenta del hombre, en una escala evolutiva, tendría validez
por la capacidad de acometer violencia en contra de la misma especie arrasando
poblaciones enteras.
A diferencia de Freud, Alder se dedicó a psicoanalizar al niño odiado, al niño que
tiene una sobrecomprensión, de un objetivo de vida exageradamente ambicioso destinado
a vindicar por encima de todo, ya mediante la lucha abierta, ya una vez desalentado,
mediante el prudente apartamiento y la fuga de frente a la vida.
La teoría de la niñez alderiana también es constituyente de la personalidad, sólo
que es franca en cuanto a la capacidad de acometer violencia contra mismo o frete a lo
otro. En las teorías de Freaud y Alder, gracia y crueldad se encuentran en antítesis para
describir un denario, es decir una temporalidad confesada como la del adulto neurótico
que hace estragos en la niñez fundacional, de este modo, podemos sugerir que estamos
ante la presencia de una racionalización de la niñez a partir de un factor patológico como
lo es la neurosis.
El axioma acerca del peligro en la niñez se extiende a las teorías cognitivas, según
Piaget (1969: 13) existen regulaciones cognoscitivas y regulaciones orgánicas en todos
los niveles de la vida humana. No obstante, la etapa de mayor riesgo cognitivo se
encuentra en la niñez, pues cualquier alteración a nivel orgánico afecta decisivamente las
funciones cognitivas como el lenguaje, la visión o audición.
La aportación que hace este epistemólogo a la educación consiste en que las
relaciones cognitivas y orgánicas desarrollan las bases, las estructuras y las funciones
mentales complejas como la lógica, la abstracción y las operaciones matemáticas. (1973:
57)
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Con Piaget, la categoría de la niñez se convierte en condición de posibilidad para
toda experiencia fundada en un conocimiento racional estructurado, un ideal de la razón
que Kant (2004: 336) ya había sugerido en su Crítica a la Razón pura.
Según este razonamiento, tendríamos que, con cada teoría que va apareciendo
sobre la niñez, su experiencia cotidiana se va racionalizando y con ello la aparición de
disciplinas normativas al servicio de un régimen institucional, con capacidad de coacción,
que protege a la niñez en función de un futuro, o más bien, en función de unos ideales del
futuro como la profesión o el matrimonio.
Si está suficientemente racionalizada la niñez, entonces qué caso tiene una
fenomenología de la niñez, y más aún, una fenomenología de la ensoñación de la niñez.
Al respecto, Bachelard (2012: 251) sugiere que somos seres de superficie que
constantemente necesitamos sumergirnos en nuestras profundidades, así que una
topología de la intimidad nos ayudaría a revelarnos el espacio de la niñez dorada, de una
niñez confesada: ¿cuántos sueños soñamos despiertos en nuestra niñez que aún prevalece
su textura multicolor en el presente?
En este sentido, la fenomenología de la ensoñación de la niñez bachelariana
también es fundacional, sólo que las coordenadas de explicación se encuentran en el
mundo onírico, un mundo de naturaleza imaginante. (Durand, 2007: 80 ss)
Quisiéramos advertimos de pasada, que lo simbólico y lo onírico no se
corresponde en Bachelard, pues lo simbólico tiene una naturaleza conceptual (Cassier,
1985: 17 ss), mientras que lo onírico es una función psíquica de equilibramiento
experiencial. La creatividad, los objetivos, las metas y los anhelos de nuestra vida
inmediata tienen su fuente en ensoñaciones diurnas y nocturnas: aparecen y desaparecen
en una fenomenología del instante, del aquí y el ahora. De ahí se sigue que la
fenomenología de la ensoñación de la niñez persigue al instante revelador. No hay
momento en la niñez que no sea revelador.
No obstante, cuál sería la condición de la revelación si por revelación entendemos
una confesión de la niñez.
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Al respecto Bachelard (2014: 250 ss) no utiliza la categoría psicológica de la
niñez, presumiblemente por la sospecha de una racionalización atribuida por las ciencias
normativas, en cambio, prefiere la palabra infancia, que evoca una etapa de la vida
sensibilizada.
La infancia es considerada como una primitivez psíquica en donde imaginación y
memoria aparecen en un complejo indisoluble. En nosotros, siguiendo a Bachelard, yace
una infancia contada y una infancia situada. Hay alegría en nuestros corazones cuando se
sabe que tenemos una doble niñez: aquella que termina con la adolescencia, que se entrega
al rebelde puberto. Esa infancia de sufrimientos pueriles es la que señalan las teorías de
cognición situada (Espino y Barrón, 2017: 17), una infancia en todo caso sujeta a normas
prohibitivas y a una educación reglada y no reglada por la familia. Pero también habita
en nosotros el niño interno, el niño divino que llevamos dentro, el que es narrado
conforme a las buenas acciones. De la virtud y creatividad de la infancia dorada nace la
ensoñación poética, entendida como la capacidad onírica de nombrar mundos bellamente
armonizados.
La cuestión que plantear sería, cómo comprobar una infancia doblemente
sensibilizada en una confesión. Para despejar esta cuestión, sólo necesitamos una
condición: la presencia del puberto rebelde que acaba con la niñez situada y no obstante
persiste en su interior la niñez dorada. Sucintamente, cómo relatar, en forma de confesión,
la presencia de un ser trino. Este acto de escritura, este acto de gracia, de don literario,
nos los obsequia Cortázar (2011, págs. 505-16) en el cuento Después del almuerzo.
Una aproximación al ser doble
La explicación de un ser trino tiene un costo elevado de análisis, a menos que la
explicación se realice por el sendero la fe, en todo caso resulta intrincado para una
investigación que presume de coherencia y de lógica. Lo que conviene es aproximar el
ser con la expresión, aunque estemos conscientes de que se trata de una simple
aproximación del sí consigo mismo.
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En este sentido, nos interesa aproximar la infancia situada respecto a la infancia
narrada en una dialéctica del ser doble.
El relato adánico narra que el segundo sexo proviene del sueño, a que el
encuentro de lo masculino y lo femenino se origina después de un sueño, en el surgimiento
prístino de dar nombres a las cosas. Lo masculino y lo femenino, dice Bachelar (pág. 90
ss.) no despiertan a la vida con estos nombres sino como animus (lo masculino) y anima
(lo femenino); como un ser divinamente andrógino que reúnen en dos orientaciones
para nombrar a los demás seres y a las cosas.
En esta dialéctica entre el animus y el anima se revela la presencia de los hermanos
fundacionales cuya tarea poética es dar nombres.
Antes de continuar, es necesario aclarar lo siguiente. En toda mitología se
encuentran presente los gemelos o mellizos fundacionales, por ejemplo, Castour y Polus,
Caín y Abel o Rómulo y Remo, estos últimos son fundadores de un orden que nace con
el crimen por correspondencia (Calasso, 2000: 137)
Según Carl Sagan (1980: 120) dice que la civilización no arranca con Abel, sino
con Caín el homicida. Según el Génesis (4,17), la primera ciudad fue construida por Caín,
el inventor de la agricultura, actividad que requiere de un asentamiento fijo, y fueron sus
descendientes los hijos de Lamec, los que inventaron tanto los instrumentos cortantes de
bronce y hierro como los instrumentos musicales, es decir, técnica y arte, son aportaciones
de Caín. Por otro lado, las pasiones exacerbadas que conduce al asesinato no se
atemperaron. Así, Lamec dice: <<Por una herida mataré a un hombre y a un joven por un
cardenal; si Caín fue vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete>>. Desde
entonces conocemos el nexo entre asesinato e invención.
En cambio, la dialéctica del animus y anima se refiere a los estados psíquicos
impresos en la naturaleza de las formas. Los nombres de manzana y pera llevan las formas
impresas del anima, su ensoñación es femenina, aunque provengan del manzano y el
peral, identificados ambos con la expresión del animus.
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En Bachelard, la dialéctica del animus y anima permite que las fuerzas psíquicas
se diferencien para nombrar a un mundo de origen onírico. Un mundo que no deja de
contener estas fuerzas que sexualizan las idealizaciones que inventa el hombre.
Idealizaciones que se convierten en valores psicológicos profundos.
Conforme a este razonamiento, los ensueños no se forman de acuerdo con una
linealidad demostrada: sensibilidad, concepto e idealización, sino a partir de fuerzas
imaginantes engendradas por la dialéctica del animus y anima que conforma en nosotros
valores psicológicos, por ejemplo, la idealización de la nación conforma valores de
intimidad diferenciados de lo patrio. El espíritu patriótico demanda valores
masculinizados como el arrojo, el sacrifico y la lealtad. En cambio, la nación, conforma
valores de solidaridad, amor y preservación del terruño abundante. Por tanto, las fuerzas
imaginantes del animus y anima acercan la expresión al ser, en donde el ser aparece
nombrado en una tensión expresiva en la cual el ser es tributario.
Sugerimos reforzar el argumento precedente a partir de W. Benjamin (1985: 51ss)
El filósofo alemán construye su teoría crítica del lenguaje a partir de la errónea identidad
de las palabras con las cosas. Sostiene que el trato con las cosas hace suponer que la
palabra debe comunicar algo fuera de mismas, en vez de admitir que las palabras no
nos perteneces, solo somos usuarios en nuestra temporalidad fortuita en este mundo. Esta
posición, por demás hebraica, sobre el lenguaje, le da pertinencia a la teoría de las fuerzas
imaginantes del animus y anima conforme al siguiente giro argumentativo.
Nuestros valores de intimidad provienen de ensoñaciones, donde no hay una
frontera absoluta en la expresión, sino que al tributar de un lenguaje autosignificante, el
ser se aproxima o se retira de las cualidades que nombran las palabras. El ser no es
lenguaje solo se aproxima en ensoñaciones que expresan cualidades. En este sentido, el
mito adánico estaría dando cuenta de esta aproximación. Por ejemplo, la expresión: flor
otoñal, invoca un ser de cualidades en cuanto a la fragancia y la hermosura de los colores.
Un ser participante de esta expresión no tendría las ventajas de las síntesis de referencia
espacial como los pronombres.
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Para Benjamin, una síntesis de referencia espacial sería evidencia de la caída
adánica caracterizada por “la inmediatez en la comunicación de la abstracción que ha
tomado la forma de juicio, cuando el hombre abandonó, en la caída, la inmediatez de la
comunicación de lo concreto, del nombre, y cayó en el abismo de la mediatización de
toda la comunicación de la palabra como medio, de la palabra vana: en el abismo de la
charla.”
Conforme a estas teorías sobre lenguaje, habría dos formas de aproximar al ser
con la expresión: un uso autoreferente de las palabras, poético diría Bachelard, y un uso
mediático de la palabra y no obstante abstracto en forma de juicio lógico y moral, aunque
para Benjamin cabría la inmoralidad del juicio abstracto, como, por ejemplo: yo estoy
santificada.
Para utilizar la expresión de Benjamin, diríamos que la cultura de la caída del
lenguaje enseña a la infancia indistintamente el yo, cuando en una cultura de género debía
llamarse a las fuerzas cósmicas del anima ya o incluso musicalmente yaya.
El predominio de los pronombres como síntesis espacial, según Cassier (1985:
145) se basa en un postulado de la similitud. Siguiendo a Humbolt, Cassier sostiene que
La oposición del aquí, allá, acullá, así como la oposición del yo, del tú y del él surgen
del mismo acto mitad mímico y mitad lingüístico del indicar, de las mismas formas
fundamentales de la deixis
Mientras que la investigación de Humbolt (1950: 178), acerca de los pronombres,
se refería a la génesis del pensamiento sintético al que habían llegado la civilización
europea a diferencia del resto de las civilizaciones americanas en las que las direcciones
espaciales eran referidas a sonidos onomatopéyicos, Cassier por su parte propone, a partir
de una teoría del lenguaje, que el lenguaje no entra en el ámbito de la percepción objetiva
solo para poner nombres, nombres puramente exteriores y arbitrarios de los objetos
individuales, sino que copera en la construcción de un mundo de esos objetos, del mundo
de la percepción y de la intuición objetiva.
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Así, tenemos que lo que para Benjamín es una caída la mediatización del lenguaje,
es decir, el significado independiente de la palabra fundadora, para Cassier, se trata de
una cuestión de legalidad identificar al logos con el pensamiento. Mientras Benjamín le
demanda al lenguaje de caída una asimetría de significado, Cassier justifica una legalidad
de consistencia del pensamiento e intuición, aceptando la arbitrariedad de fondo. Ambas
posturas: asimétrica semántica y consistencia justificada dan cuenta de la oposición que
hemos introducido acerca de la infancia narrada e infancia situada.
Volviendo al problema, según el cual decíamos que consistía en aproximar la
infancia situada respecto a la infancia narrada en una dialéctica del ser doble. En la
infancia situada aparecen los pronombres mientras que en la infancia narrada aparecen
las ensoñaciones, ambas infancias de un mismo ser crean una paradoja de sensibilización:
quién se adjudica en un mismo ser la experiencia pretérita y qué caminante narra la dicha
y los ensueños divinos.
La solución del yo como pensamiento (cogitatio) no está basada en la continuidad
(Descartes, 2001, 45 ss). Para que el yo sea uno consigo necesita no dejar de pensar, no
tener ningún momento dubitativo y por supuesto no estar en estado de sueño, de ahí la
garantía de Dios en Descartes al establecer un mundo de regularidades, por tanto,
podemos decir que no hay un yo único, en todo caso hay una pluralidad de yoes en una
temporalidad del instante. En otro sentido, cómo puedo ser yo en una experiencia fortuita
si pierdo la duración sensible en otro momento. Lo que puedo decir es que hay repetición
de la experiencia, probando una causa: la de mis vivencias. Pero en dónde quedó el yo.
Si surge una nueva causa, entonces estamos ante la presencia de un nuevo yo que
ya no es el otro yo. Este galimatías del yo y del no yo es prueba de un empantanamiento
causal para identificar una evidencia respecto de una nueva experiencia que requiere
nombrarse. Por tanto, podemos inferir que el uso de pronombres, a nivel epistémico, tiene
el problema de adjudicación causal.
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Esta paradoja la comprendió Cortázar a lo largo de su obra, poniendo en crisis las
creencias que tenemos acerca de la causalidad, de regularidad que establece la asunción
de un yo cogitativo. La especialista en Julio Cortázar, D. Gerónimo dice lo siguiente:
En mi experiencia cómo lectora de cuentos de Cortázar, la seducción provino tanto de
la presentación y armadode una forma de relato no convencional como de la
profundidad del contenido que implica una problemática filosófica y casi metafísica. En
efecto, Cortázar propone es sus cuentos un cuestionamiento del orden corrientemente
atribuido a lo real, pero al mismo tiempo no proporciona soluciones posibles.(2004:
405)
Según la especialista, las problemáticas de la vida cotidiana que aborda Cortázar
se caracterizan por la presencia del azar, la incertidumbre propiciada por un ambiente
conflictivo de los personajes en donde no hay acciones previsibles y lógicas de causa
y efecto a la manera realista.
Nos parece que la adopción de la dialéctica de la infancia situada respecto a la
infancia narrada aportaría elementos significativos para diferenciar los momentos de una
misma conciencia. La presencia del yo y del él son referentes de una misma consciencia
que se sabe en una confesión, donde la autoacusación y la ensoñación del instante son
momentos de la singularidad sintiente.
Según nosotros, esta hipótesis nos revelaría la adopción de una infancia confesada
en Cortázar, no necesariamente del escritor, sino de una infancia narrada obligada a
situarse formalmente.
La presencia de un niño dorado es el tercer elemento no observado hasta ahora en
el análisis de los cuentos de Cortázar, sólo ha cabido la confesión de una singularidad
narrada en la que vuelven los personajes a las profundidades del niño lacerado, del niño
acusado por una educación reglada y no reglada de la familia y la sociedad. El niño
dorado, el niño de la ensoñación no lo aporta ni el yo ni él sino ambos en la confesión.
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En otros términos, lo que nos quiere inculcar Cortázar en sus cuentos, es la
presencia de las paradojas sensibles para las cuales nuestro lenguaje constituye un
obstáculo para nombrar experiencias internas de reconciliación, donde el ego sólo es la
entrada del ulterior laberinto intrincado de sobrecomprensiones del sí mismo.
El cuento de Cortázar que a nuestro parecer sitúa la niñez en la adolescencia es
Después del almuerzo, un relato que valdría sintetizar con la expresión: alguien lleva
algo que le molesta. En este cuento aparece la cotidianeidad de una paradoja sensible: qué
hago con los valores de intimidad de mi niñez si ya no la siento. La transición de la niñez
hacia la adolescencia revela el desarrollo de una topología de la intimidad donde el niño
acusado revela los valores socioculturales en detraimiento del niño dorado.
La categoría psicológica de la niñez tiene un peso decisivo sobre el adulto, pero
no sólo eso, sino que no funda un espacio de trascendencia. Una topología de la intimidad
tendría que dar cuenta de la presencia de espacios de trascendencia en el mismo en vez
de ser acusante y patológica como enseñan los modelos de la ciencia normativa.
La presencia de ensoñaciones, voces y sobrecomprensiones del mismo han sido
hasta ahora materia de legalidad y enfermedad mental. Se ha proscrito del discurso
cientificista el espacio de trascendencia intima como factor de equilibramiento
psicosocial. El alma, el espíritu y el ego no pueden medirse, sólo se mide una mente
gestora de recompensa sensible, sobre sexuada al alcance de la ley punible.
En consecuencia, después de haber propuesto esta diferencia metodológica entre
niñez e infancia estamos en condiciones lógicas para hablar de lo concreto, de lo singular
y su confesión. No hay confesión pura en donde no tenga lugar la intimidad de la infancia.
Una confesión pura siempre es un caudal bullicioso, un río de voces infantiles que
perviven en ensoñaciones profundas. Una topología de la intimidad estaría basada en la
pureza de la confesión. En este sentido, creemos que Cortázar aporta elementos
topológicos como son los espacios de intimidad conflictiva y de trascendencia que
deseamos exponer a continuación.
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Infancia confesada
Hemos sugerido la presencia de una infancia narrada y una infancia situada en el
relato cortazariano que habremos de analizar. Sin embargo, es condición sine quanon la
adopción de una estructura existenciaria como lo es la confesión. Al respecto, hemos
sugerido, sin mayor profundidad, que la confesión revela lo concreto de la existencia que
es la singularidad.
Para ello, veamos cómo Brucker (2005: 25 ss) desarrolla una dialéctica de
interioridad- intimidad. A partir de una génesis de la categoría de confesión dice
queSan Agustín descubre [en las Confesiones], que percibe asimismo dentro de el
desorden y la incoherencia, pero los relaciona con el pensar de la criatura aplastada
por la omnipotencia de su creador.1 [Así] el interior del hombre es un abismo de
misterio desconocido que sólo pertenece a Dios: ¿qué soy pues Dios o?, ¿qué tipo de
ser? Una vida cambiante, multiforme, rebosantemente desmesurada.
Para la Edad Media tratar de penetrar en el fondo de uno mismo significaba
estrellarse contra un muro de opacidad cuya llave sólo poseía el poder divino, cuyo juicio
le pertenecía absolutamente. Sin embargo, Rousseau [en sus Confesiones] radicalizó este
principio con el surgimiento de la intimidad que consiste en la capacidad refractaria del
mismo. Desde Agustín, inventor de la interioridad a Rousseau, inventor de la
intimidad, han transcurrido más de trece siglos, durante los cuales Europa se ha
secularizado ampliamente [en donde] la intimidad más estrecha rubrica la distancia
mayor, el tú y el yo jamás están en pie de igualdad.
Para contextualizar esta cita diremos que mientras la confesión en Agustín tiene
un nivel de profundidad según la consistencia del ser, en Rousseau la confesión se da en
términos de libertad en la que se defiende la causa más querida: uno mismo.
1 “En cuento a mí, aunque bajo tu mirada me desprecio, considerándome ceniza y polvo, no obstante, sé algode ti que ignoro de
(…), lo que sé de mí, lo porque me iluminas, y lo que ignoro, continúoignorándolo hasta que mis tinieblas se
vuelvan ante tu faz como un sol de mediodía.” (Agustín, 1994: 115)
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Hay una asunción importante en Bruckner que hay que destacar, según la cual, el
individualismo rousseiano parte del buen salvaje identificado con el Narciso cósmico, en
mimesis con la naturaleza, cuyas acciones son refractarias e impedida sólo por el otro.
Esta deducción le confiere autoridad a Bruckner para describir una cultura democrática
en el trato con la alteridad. Si el proceso en la era democrática se ha convertido en la
figura pedagógica por antonomasia, en la sobrecogedora síntesis de la aventura humana,
se lo debemos a Rousseau: como él, consideramos los tribunales el lugar donde defender
la causa más querida, es decir, nosotros mismos. Obligados a probar nuestras aptitudes,
tenemos que solicitar la aprobación de nuestros contemporáneos, convencerlos,
conmoverlos y por lo tanto colocar nuestro destino entre sus manos.
La intimidad en Rousseau significa estar lleno de mismo, que sólo considera al
otro como un ocupante, que vive su presencia difusamente. Si admitimos este postulado
acerca de la intimidad, entonces aparece el conflicto entre consciencias, es decir una
dialéctica del reconocimiento. No obstante, nuestro argumento tiene que ver con la
infancia constituyente, profunda, más no con una intimidad yoica. La presencia del sujeto
rousseiano significa aprobación y destino social, que excluye un espacio de trascendencia.
Por tanto, si nos quedamos con este postulado de la cultura occidental en donde el sujeto
de intimidad se somete a proceso, los resultados son predecibles dentro de una concepción
narcisista que gestiona recompensa sensible.
El desplazamiento de un espacio de trascendentalidad hacia un espacio narcisista
es lo que caracteriza a la cultura secular, sin embargo, la aportación crítica del
psicoanálisis a los referentes de recompensa sensible termina por cuestionar la intimidad
como sinónimo de recompensa sensual. Este momento de crítica a parecer en Cortázar,
pero aparece, según nuestra interpretación, para mover una dialéctica de interioridad-
intimidad donde desparece el sujeto rousseiano. Concebir una dialéctica de interioridad-
intimidad sin sujeto constituye una fundación de trascendencia sin la admisión de una
titularidad supraterrena.
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Como esta es una tesis radical, hemos creído conveniente advertir que en el cuento
en cuestión: 1. Hay una fenomenología de la infancia por oposición a una psicología de
la niñez; 2. La oposición es consecuente con una dialéctica de la interioridad-intimidad y
3. Se deduce una topología de la intimidad sin sujeto causal.
Si hemos deducido este presupuesto es porque estamos ante la presencia de una
narración en donde la infancia es constituyente, es fundadora de espacio de intimidad, la
más próxima a los valores de intimidad rebelde que acontecen en el segundo denario de
la vida donde se ubica la adolescencia. Por tanto, asumimos que estamos ante una
narración de infancia confesada, que no es la única en Cortázar, pero si es la más próxima
a una fundación de intimidad sin los prejuicios del adulto, en donde aún las turpitudes del
yo no tienen ese halito de libertad reconocida por el otro, sino que las torpezas aún se
exhalan con naturalidad. Dicho lo anterior, vayamos al prometido cuento.
Lectura comentada
En el cuento “Después del almuerzo”, la historia es narrada en primera persona
por un adolescente el cual cuenta cómo es obligado por sus padres a llevar de paseo a
alguien. Aquí se crea una ambigüedad, pues ese alguien que nunca se sabe su nombre
puede ser una persona o un animal. La intención originaria del cuento es que el adolecente
se niega a salir de paseo con ese alguien ya que en vez del paseo prefiere quedarse en su
cuarto, pese a ello su padre lo obliga a salir de tal encierro.
El adolecente se sorprende que el paseo tenga que ser hasta el centro de la ciudad
pues nunca había ido solo tan lejos de casa. La inquietud que envuelve al joven es
precisamente el recorrido que debe realizar de casa al centro y del centro a casa. En ese
trayecto lo envuelven las vicisitudes a las que tiene que enfrentarse el niño junto con su
acompañante, pues constantemente tiene que vigilar y cuidar de los peligros que
representa pasear por el centro a ese alguien representa llevar la responsabilidad acuestas.
Cansado de cuidar a su acompañante se sienta con él, en una de las bancas,
pensativo decide dejarlo, abandonarlo. Sin embargo, algunas calles s adelante el
remordimiento lo
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hace volver por él, pero con más control sobre mismo, más seguro de cómo
debe actuar, entonces, se da la vuelta y regresa camino a casa, gustoso por haberse
percatado de su responsabilidad y haber entendido que la obligación de los cuidados de
los demás es a la vez la de él mismo.
a. Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en mi cuarto
leyendo, pero papá y mavinieron casi en seguida a decirme que esa tarde
tenía que llevarlo de paseo.
b. Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor me
dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por qué
no me gustaba tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y se puso
a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y yo siento
que se me van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto
de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida.
Mamá en esos casos no dice nada y no me mira, pero se queda un poco atrás
con las dos manos juntas, y yo le veo el pelo gris que le cae sobre la frente y
tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida. Entonces se
fueron sin decir nada más y yo empecé a vestirme, con el único consuelo de
que iba a estrenar unos zapatos amarillos que brillaban y brillaban. (Cortázar,
2011: 505)
Como hemos advertido, en estos dos párrafos iniciales el relato parte de una
vivencia contrastable: la niñez, sólo que los comentaristas de la obra de Cortázar no hacen
referencia a esta categoría desde un punto de vista psicológico, sino que a partir del hecho
literario refieren a la niñez en un marco categorial tríadico: “autor-personaje-lector” que
hace las funciones de psicoanálisis. (Gerónimo, 2004: 57 ss)
Comentaristas como Herráez (2003: 155 ss) han sugerido que los personajes de la
niñez, que aparecen en la obra cortazariana, adoptan proximidad a la niñez del autor y su
contexto (la ciudad). Esta afirmación es admisible puesto que la niñez como categoría
psicológica funciona como una base contrastable para diferenciar al niño violado respecto
del niño odiado. En este caso, podemos decir que Cortázar presenta al niño de
experiencias regladas y no regladas de parte de la familia y la institución escolar.
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c. Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación dijo que podía ir
a buscarlo a la pieza del fondo, donde siempre le gusta meterse por la tarde. Tía
Encarnación debía darse cuenta de que yo estaba desesperado por tener que salir con
él, porque me pasó la mano por la cabeza y después se agachó y me dio un beso en
la frente. Sentí que me ponía algo en el bolsillo.
d. -Para que te compres alguna cosa -me dijo al oído-. Y no te olvides de darle un
poco, es preferible.
e. Yo la besé en la mejilla, más contento, y pasé delante de la puerta de la sala donde
estaban papá y mamá jugando a las damas. Creo que les dije hasta luego, alguna cosa
así, y después saqué el billete de cinco pesos para alisarlo bien y guardarlo en mi
cartera donde ya había otro billete de un peso y monedas. (Cortázar, 2011: 507)
La niñez confesada solo es posible con la presencia del adolecente que está en
condiciones de discernir los actos normados de los que no lo están. El adolescente
educado conforme a normas precisas atiende a la norma por hábito y por interés; lo que
caracteriza a la adolescencia es más bien las prácticas que no están normadas; lo que
descubre en cada acto y lo que puede hacer en cada acción, que ahora está a merced de su
voluntad.
En esta transición, del acto normado respecto de los actos de su voluntad da origen
a una infancia sumergida, la infancia en el olvido tras la emergencia de una voluntad
(pensamiento acompañado de deseo) que i sepultado cada etapa de la vida en el
trascurso de la dramatización de lo concreto que somos en cada caso.
La paradoja de la sensibilidad es aquí: alguien lleva algo que le molesta, este
alguien molesto y rebelde de lo que lleva, se nos revela en la adolescencia y es
incorporado en la vida cotidiana como una práctica de intimidad, no obstante, la
sobrecomprensión de esa práctica crea neurosis que con el tiempo provoca que el espacio
de interioridad se anegue de ansiedad con la presencia de voces provenientes de lo ignoto.
En El agua y los sueños, Bachelar (1978: 74 ss) le dedica un capítulo completo a la
ensoñación de las aguas profundas, caracterizadas por el mito de Caronte, que revelan
una vida tormentosa, como la del escritor A. Poe.
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Al respecto, no podemos inferir la presencia de una vida tormentosa en Cortázar
caracterizada en sus personajes, en todo caso, lo que se puede inferir conforme a la triada
del hecho literario: escritor-personajes-lector, es que estamos ante la presencia de una
narración fundacional: hay una infancia que se sumerge por la presencia de una rebeldía
fundadora de derecho.
El niño visible, el niño sujetado a normas es el que aparece en la superficie de la
narración, contrastable para el escritor y el lector, no obstante, la obra literaria hace su
gracia: oculta a la infancia dorada sin dejar de dar testimonio del sumergimiento en plena
inmutes. La obra literaria cumple su función autónoma al individualizar a un mundo
narrado que pone en juego las prácticas de intimidad. Un lector poco entrenado en las
paradojas de la sensibilidad es seducido rápidamente por una intimidad que necesita
aprobación de lo que más quiere: sí mismo como recompensa sensible. Por tanto, lo que
presenciamos en la narración es el surgimiento de el sujeto de intimidad rousseaiana, un
sujeto de aprobación que queda a merced de una red jurídica en la que apelará a derecho.
[14] No cuánto tardé en llegar otra vez a la Plaza de Mayo. A la mitad de la
subida me caí, pero volví a levantarme antes que nadie se diera cuenta, y crucé a la
carrera entre todos los autos que pasaban por delante de la Casa Rosada. Desde lejos
vi que no se había movido del banco, pero seguí corriendo y corriendo hasta llegar
al banco, y me tiré como muerto mientras las palomas salían volando asustadas y la
gente se daba vuelta con ese aire que toman para mirar a los chicos que corren,
como si fuera un pecado. Después de un rato lo limpié un poco y dije que teníamos
que volver a casa. Lo dije para oírme yo mismo y sentirme todavía más contento,
porque con él lo único que servía era agarrarlo bien y llevarlo, las palabras no las
escuchaba o se hacía el que no las escuchaba. (Cortázar, 2011: 505)
Hay una celebración al final de la confesión de la infancia narrada: el niño dorado
sumergido por la primera rebeldía que desata la vida siempre va a emerger en los actos
morales donde prevalezca la bondad. Así, la dialéctica de la interioridad-intimidad es una
dialéctica de superación, al estilo de Hegel, en donde la acción bondadosa suprime a un
sujeto gestor de recompensa narcisista para afirmar la presencia del espíritu o si se
prefiere, la cercanía del niño divino con Dios o el Absoluto.
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Siempre cabe la posibilidad de la duda metódica: por qué no aparece como una
constante de interpretación los actos bondadosos en la obra de Cortázar. Porque el cuento
analizado es fundacional y crítico de las patologías de la niñez ubicada. Lo que sugerimos
al respecto, es que ha predominado una interpretación psicoanalista de profundidad y
superficialidad de la triada: autor-personaje-lector, en cambio, se ha dejado de lado una
fenomenología del ser de superficie que aparece con toda fuerza, por ejemplo, en el cuento
Axolotl en donde explícitamente se acepta la condición de superficialidad de la
humanidad en la cultura.
Lo que se ha dejado al margen es una interpretación en la que tenga cabida una
topología de la intimidad, como la que sugerimos, que revele lo que yace sumergido y su
aparición en el acto bondadoso de un ser que en todo caso es el mismo. El mismo, en
el cuento que acabamos de ver, es trino: El adolecente identificado con el yo como sujeto
de superficie; la tercera persona del singular caracterizada por actos de sumergimiento y
la emergencia del acto bondadoso del mismo, todo ello en una dialéctica de la
interioridad.
Hay que advertir que si no hubiera paradojas de sensibilidad el yo no acusaría a la
sensibilidad pretérita en busca de recompensa narcisista inmediata, más bien hay que
reconocer que nuestra especie sintiente, crea habitáculos de conflictos de sus experiencias
pretéritas que causan estragos en las nuevas experiencias. Para salvar esta situación, es
necesario admitir una infancia narrada, una infancia dorada de actos de conmiseración
con lo otro y lo propio, actos que son acompañados de estados de ensoñación acerca de
una naturaleza prístina.
Aportaciones
La especialista en Cortázar, Miriam Gerónimo, en su análisis de la técnica literaria
que hace sobre el cuento “Deshoras”. Dice. “En “Deshoras” se entretejen dos tramas que
corresponden al pasado (la prepubertad y pubertad) y al presente (adultez) del
protagonista, ambas etapas están enunciadas en dos pronombres personales diferentes.
Desde la óptica narrativa, la ambivalencia del cuento está basada en el juego de puntos de
vista, en la apariencia del desplazamiento entre la primera y la tercera persona
gramaticales.” (2004: 340) Veamos la siguiente tabla que sintetiza su análisis.
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Tabla 1.
Contrastes en los pronombres
persona
persona
Escritor adulto
Hombre-niño
Hoy
Ayer
Escritura
Vida
Buenos Aires
Bánfied
Hombre
Niño
Presente de la enunciación
Pasado
Realidad
Sueño
Rutina, obligaciones (purgatorio)
Paraíso, verano, vacaciones Grises, neblinosos
Costumbre
Deseo
Fuente: propia
Para Gerónimo, “La clave de la técnica narrativa está en descubrir la focalización
respectiva de cada momento. Porque aun cuando exista el desdoblamiento de y
personas gramaticales, el personaje sobre el que jira toda la historia es siempre el mismo.”
(2004: 341) Lo primero que hay que comparar en esta interpretación es que los contrastes
de este desdoblamiento de la y la del singular encajan perfectamente con nuestra
topología de la intimidad.
No obstante, la ausencia de categorías psicológicas y fenomenológicas no
permiten a Gerónimo un análisis de intimidad del consigo, pese a que el ser trino sea
más nítido aquí que en “Después del almuerzo”: la infancia narrada, el puberto normado
por la educación familiar y el adulto sobrecomprendido, es decir neurótico se hallan
contenido en una interioridad confesada que narra el cuento que analiza.
De lo anterior, podemos deducir, que nuestro aporte acerca de una infancia
fundacional es aplicable al resto de los cuentos de Cortázar, en donde aparecen estos tres
momentos diferenciados, en los que la triada literaria, autor-personaje-lector se
psicoanaliza sobre las bases de una niñez reglada por oposición a una infancia narrada.
En otras palabras, consideramos que hacía falta destacar, en la técnica literaria, la
presencia de un sumergimiento de la infancia dorada para que la niñez soñada adquiriera
trascendentalidad, positividad frente a la negatividad neurótica del adulto. Por el
contrario, hay una asunción casi infalible que domina a las interpretaciones a partir de la
técnica narrativa gramatical, según la cual la obra literaria en Cortázar está “abierta y el
resultado del psicoanálisis depende de la experiencia del lector.” (pág. 404 ss) Lo que está
asunción no admite es la presencia de paradojas de la sensibilidad en los constructos
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artificiales de la mente humana en su afán de recompensa narcisista que caracterizan a la
cultura occidental.
Continua Geranio: “El juego de las dos personas gramaticales, de las
focalizaciones, son solamente eso, un juego, un artificio literario, porque el personaje del
cuento Aníbal- es el otro y el mismo en la niñez y en la adultez. (…) La posición del
narrador arranca desde un presente el de hoy de la escritura y el de la enunciación-, pasa
por la evocación del pasado (analépsis-tiempo del enunciado) y vuelve a un presente
inexorable que agobia; sugiere la circularidad.” (2004: 343)
Es importante traer a colación la diferencia que establecimos anteriormente entre
la teoría benjaminiana del lenguaje respecto de la teoría de Cassier. Había una tesis que
se tenía que probar: ser y expresión se aproximan. Mientras la teoría de Benjamín admitía
la inconmensurabilidad semántica del lenguaje con las cosas, Cassier asumía una
construcción artificial del lenguaje con capacidad constituyente del pensamiento y las
intuiciones. De esta última teoría, asumíamos la construcción teórica de las ciencias: la
consistencia del ser a partir de un lenguaje construido formalmente, contrastable a nivel
del conocimiento y las intuiciones.
La técnica literaria de Cortázar no escapa a la teoría del lenguaje de Cassier, si se
atiende a pie juntillas. Para su superación, se necesita una teoría de estados de sensibilidad
de la interioridad.
Al respecto, nosotros -siguiendo a Bachelard- sugerimos la conformación de una
topología de la intimidad para señalar paradojas de la sensibilidad. En la topología de la
intimidad encontramos un momento fundacional de la infancia: el sumergimiento de la
infancia narrada en la presencia de la primera rebeldía que tiene lugar en la experiencia
sensible de la adolescencia, cuyo hecho literario lo encontramos en Después del
almuerzo”.
Lo que hemos demostrado, en todo caso, es que el lenguaje sufre modificaciones
para significar estados de conciencia de la temporalidad del presente, con ello la asimetría
a nivel de significación es notoria para las edades de la vida, esto lo hemos caracterizado
como una paradoja de sensibilidad aplicable al psicoanálisis de una vida relativamente
joven o en la madurez extrema como lo hace notar Cortázar en “Cartas a mamá”.
Presumiblemente esto sería lo que observó Cortázar: una asimetría de referencias
sensibles que se da a lo largo de nuestras experiencias internas, utilizando para ello la
técnica literaria de pronombres gramaticales que tanto ha entusiasmado a las mentes
brillantes que han escrito al respecto. En otras palabras, en el personaje histórico Cortázar
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preside una filosofía de la interioridad aplicada a un método literario muy particular donde
ser y expresión se aproximan desde diferentes ángulos de una misma confesión.
Conclusiones
Hemos demostrado que los procesos de sistematicidad, los procesos de
especialización categorizados como lo es la niñez, desde un punto de vista psicológico,
constituyen la evidencia de un obstáculo epistémico que la ciencia (normativa) crea por
un exceso de racionalidad cuantificable y que la literatura aporta elementos significativos
para superar problemas de evidencia a partir de un nuevo juego conceptual.
El cuento de Cortázar que hemos analizado reúne los requisitos creativos para
modificar el lenguaje psicológico para referirnos a la interioridad-intimidad; se aportan
los elementos de una ciencia de la intimidad o topología de la ensoñación que da cuenta
de la inestabilidad que sufre la psique a través de la vida de un individuo en su
singularidad experiencial sin que se atienda a criterios patológicos sino más bien
humanistas de respeto a la intimidad autónoma más allá de dicotomía normal-anormal
como actualmente las ciencias normativas refieren a los hechos internos de la mente.
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