Ciencia y Filosofía ISSN: 2594-2204
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En efecto, a pesar del cuidado filosófico en el fabular, son múltiples apuestas metafísicas las
que en todo tiempo y lugar que habita el hombre se afanan en ser la fábula del mundo y sobre
ellas es que se dividen los hombres en lo común para erigirse casas, familias, tribus, naciones y
Estados, ciudades, fábricas, templos, escuelas, mercados, etc. con los que se muestran agrupados
distinguiéndose entre sí y también, por ello mismo, enfrentados. Pero, como ya señalé con
Aristóteles, este fabular, más acá de la divisoria manifestación en sus afanes, es algo común en
el hombre, algo que inexorablemente lo comunica, pues el hombre es un animal metafísico, pero
también es un animal político. Incluso me atrevería a decir que es metafísicamente político
(comunitario), pues sus apuestas metafísicas se articulan en la palabra y, en consecuencia, en el
afán de ser comunicadas; así como también es políticamente metafísico, pues su habitar común
le facilita demorarse en su sensibilidad metafísica. El hombre sólo superficialmente es
individualmente egoísta, porque no se basta solo. Debajo de toda esa distinción superficial está
el hombre en su ser común con los demás hombres sin los cuales no es. Los sudafricanos dicen
Ubuntu: “yo soy porque tú eres”. También hacia esto apuntan los indios con su tat tvam asi, los
griegos con el gnw’qi seautón y la Biblia con eso de “amar al prójimo porque es tú mismo”.
Se podría decir que la política es la metafísica para la metafísica, pues es la comunidad de la
palabra la que permite la demora de la sensibilidad metafísica a través de ella. Y, en efecto, en
ella pueden tener cabida todas las apuestas metafísicas. Pero tanto la palabra como la comunidad
quedan como rotas en el absurdo afán del hombre de querer imponer alguna apuesta como la
metafísica y, en consecuencia, como el significado del sentido e incluso hasta como el sentido
mismo. La violencia metafísica en la política fragmenta y enfrenta negándola. Aunque el
acontecer del sentido sea naturalmente tensión en una guerra en la que se originan todas las cosas,
como afirmaba Heráclito, la política es diálogo, palabra abierta que vincula, comunicación que
se afana, por tanto, en limitar la violencia para poder morar, pues sin morada no logra el hombre
demorarse en su sensibilidad metafísica que, frente a toda apuesta que lo divida, le es lo que
mayormente tiene en común y, de hecho, difícilmente podría vivir sin ella.
La política es, pues, el suelo común del hombre, el cual, por tanto, tiene que hacer posible el
ociar (scola’zein) para que éste, el hombre, pueda apostar demoradamente el significado de las
cosas en el que él se descubre, en grado superlativo, filósofo, pues, para decirlo con Eduardo
Nicol (1997: 28), quien a su vez se encuentra en esto en comunión con Schopenhauer, Descartes
y Aristóteles, ser filósofo es la última, es decir, la más propia de las vocaciones humanas, pues
es aquella en la que el hombre ya no puede ir más allá de sí. Pero, si no se encuentra ésta, la
política, limitando la violencia para que los hombres se comuniquen mediante su mutua
disposición abierta pero común para habitar ociosamente su sensibilidad metafísica, sino, más
bien, subyugándolos a través de alguna apuesta metafísica tiránica, conveniente por tanto sólo a
alguno(s) que la impone(n) y busca(n) mantenerla, ésta no sería propiamente política, sino que
la estaría usurpando y, con ello, arruinando las posibilidades vitales del hombre al oprimirlo y